Tomado de el sitio web de la Radio Católica Chilena "Convicción", a su vez tomado de "IESUS CHRISTUS", Revista del Distrito América del Sur FSSPX. Año XIX, N6 113 - Septiembre/octubre de 2007
La Resurrección de los Muertos
Risa y desprecio: Tal fue la respuesta de los atenienses ante la predicación de San Pablo hace casi dos mil años, y tal sería, probablemente, la actitud de la mayor parte de nuestros contemporáneos ante el misterio de la resurrección.
¿Cómo creer que todos los hombres, los de hoy, ayer y mañana, van a recuperar sus cuerpos reducidos en polvo después de la muerte? ¿No parece absurdo creer en un hecho desafiando de tal manera las leyes de la naturaleza?
Sin embargo la Tradición de la Iglesia no deja lugar para la duda: cada domingo cantamos en la Santa Misa: "creo en la resurrección de la carne". Con este artículo vamos a recordar la doctrina católica sobre este dogma de nuestra fe y manifestar que el hecho de la resurrección de los muertos, lejos de ser inaceptable por la razón como pensaban los atenienses, y después de ellos los racionalistas y materialistas, es perfectamente conveniente.
Por el R. P. Jean-Michel Gomis
La resurrección de los muertos, una verdad de fe
Numerosos textos del magisterio eclesiástico afirman esta verdad de fe. Además del símbolo de los Apóstoles, podemos citar la bula "Benedictus Deus " de Benedicto XII definiendo que: "En el día del juicio, todos los hombres comparecerán ante el tribunal de Cristo con sus propios cuerpos, para dar cuenta de sus propios actos, a fin de que reciba cada uno según lo que hubiere hecho por el cuerpo, bueno o malo”.
Como se puede ver a través de esta definición, la Iglesia nos enseña tres verdades fundamentales:
- Al fin del mundo todos los muertos resucitarán.
- Esta resurrección será universal, o sea de todos los hombres, sin excepción.
- Todos los hombres resucitarán con los mismos cuerpos que tuvieron en esta vida y no otro.
"Cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se echaron a reír, otros dijeron: Te oiremos sobre esto otra vez. Así salió Pablo de en medio de ellos" (Hechos de los Apóstoles, XVII, 32-33).
Testimonios de la Escritura
La doctrina de la resurrección de los muertos consta expresamente en multitud de pasajes, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, en el hermoso relato del martirio de los siete hermanos ante su propia madre, que se encuentra en el libro de los Macabeos (II Macabeos, VII), se leen los siguientes apostrofes que lanzan los mártires al tirano que los atormenta: "Tú, criminal, nos privas de la vida presente; pero el Rey del universo nos resucitará a los que morimos por sus leyes a una vida eterna (...) Más vale morir a mano de los hombres, poniendo en Dios la esperanza de ser de nuevo resucitado por Él. Pero tú no resucitarás para la vida”.
Jesús habló varias veces de la resurrección: "Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día " (San Juan, VI, 40). "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día " (San Juan, VI, 54). San Pablo afirma claramente el hecho: "En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al último toque de la trompeta (...) los muertos resucitarán incorruptos " (I Corintios, XV, 52).
Enseñanza de la Tradición
No hay enseñanza más clara en la Tradición que la fe y esperanza en la futura resurrección.
a) Los Santos Padres: Unánimemente, y con mucha claridad y expresión enseñan la doctrina cristiana de la resurrección de los muertos.
b) Los Cementerios: La costumbre tradicional en la Iglesia de enterar a los muertos en lugares sagrados es una prueba de la fe y esperanza en la resurrección futura. Precisamente, la palabra "cementerio" viene del griego, y significa "dormitorio", lugar de reposo o de descanso. De ahí proceden la multitud de epitafios sobre las tumbas cristianas alusivas al "sueño ", a la "dormición en paz ", al "descanso " de los muertos allí enterrados.
La sepultura en los cementerios cristianos fue siempre considerada como una especie de siembra que deposita en la tierra un cuerpo corruptible para resucitar después incorruptible e inmortal.
Este simbolismo de la futura resurrección es una de las principales razones que motivan, en la disciplina de la Iglesia, la prohibición de incinerar los cadáveres, hasta el punto, en el Código de 1917 (canon 1240, 5o), de negarles la sepultura eclesiástica a los que hayan ordenado quemar el suyo.
La práctica de la cremación de los cadáveres ha tenido siempre en el pasado sus mejores propagandistas y secuaces entre los masones y demás enemigos de la Iglesia, que intentan con ella borrar de la conciencia de los hombres la esperanza en la resurrección.
c) El culto de las reliquias: La costumbre de venerar las reliquias de los santos se remonta a los orígenes mismos de la Iglesia. Santo Tomás lo justifica diciendo que "debemos venerar sus reliquias y principalmente sus cuerpos, que fueron templos y órganos del Espíritu Santo, que en ellos habitaba y oraba, y tienen que configurarse con el cuerpo de Cristo por la gloria de la Resurrección." (Illa, q. 25 a 6).
d) La liturgia: La liturgia hace referencia con frecuencia al dogma de la resurrección. Por ejemplo en el prefacio de la misa de los difuntos: "En el cual (es decir, en Cristo) brilló para nosotros la esperanza de la bienaventurada resurrección, para que quienes se entristecen con la certeza de la muerte se consuelen con la promesa de la futura inmortalidad".
La razón de la resurrección
La resurrección de la carne es un misterio de orden sobrenatural; por lo tanto no se puede demostrar por la sola razón. Sin embargo, la razón natural puede añadir a los datos de la fe ciertos argumentos de armonía y conveniencia que puede descubrir por sí misma. Estos argumentos de conveniencia sólo manifiestan la posibilidad del misterio de fe y nos referiremos a ellos seguidamente.
Conveniencia de la resurrección
Santo Tomás presenta tres argumentos principales:
a) El alma está destinada a vivir unida a su propio cuerpo, del que es la forma substancial o principio de vida. La separación entre ambos determina un estado menos natural e imperfecto. Por consiguiente, el alma separada de su cuerpo tiene una tendencia y deseo natural de volver a unirse a él. Si el cuerpo resucita, el alma verá satisfecho este deseo natural y Dios habrá restablecido en toda su integridad la naturaleza humana tal como la estableció El mismo. La sabiduría de Dios, que dotó al alma de esta tendencia natural, parece exigir —desde el punto de vista puramente filosófico— que el alma no permanezca perpetuamente separada de su cuerpo
(Contra Gentes, IV, 89).
b) El hombre, que en la vida obra el bien o el mal a la vez con alma y cuerpo, debe ser premiado en la otra vida en alma y cuerpo. La justicia lo exige (C.G. IV 79).
c) La Revelación nos enseña que la muerte corporal fue introducida en el mundo por el pecado del primer hombre (Romanos, V, 12). Pero Nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo precisamente para destruir el pecado y vencer la muerte, como consta también por la Revelación (Romanos, V, 17-21). Por lo tanto, para que el triunfo de Cristo sobre la muerte sea completo, es preciso que la muerte sea vencida en todos los redimidos por Él mediante la resurrección corporal.
Naturaleza del cuerpo resucitado
Los hombres resucitaremos con el mismo cuerpo que tuvimos en esta vida, como lo definió la Iglesia, pero sin ninguna de las imperfecciones que hubiese podido tener mientras vivimos en el mundo. En efecto, la resurrección será obra milagrosa de Dios, que nunca hace las cosas imperfectas. Así, pues, no habrá deformidad ni mutilación alguna en los cuerpos resucitados, aunque en esta vida hubieran sido mancos, rengos, ciegos, etc. Dios los restaurará íntegros, por ser la resurrección obra suya, y para que reciban los buenos en la plenitud de su cuerpo la plenitud del premio, y los malos la plenitud del castigo.
Aplicaciones concretas
El misterio de la resurrección de los cuerpos envuelve algunos interrogantes. He aquí algunos de los más interesantes:
a) ¿Cómo volver a reunir las cenizas dispersas por los cuatro puntos cardinales, que han sufrido infinidad de variaciones y transformaciones?
Esta dificultad se resuelve con la Omnipotencia divina: habiendo creado todo de la nada, ¿cómo no va a poder reunir las cenizas dispersas ni formar de vuelta todos los cuerpos?
b) ¿Qué pasará si se comiese de un animal que se alimentó de alguna planta que hubiera asimilado cenizas de un cuerpo humano descompuesto? ¿En quién resucitarán las cenizas? Santo Tomás responde a esta dificultad al tratar... ¡de la antropofagia! Escuchémoslo:
"El hecho de que algunos coman carne humana no puede impedir la fe en la resurrección. No es necesario que todo lo que estuvo materialmente en el hombre resucite con él, ya que, si algo falta, puede ser suplido por el poder divino. Así la carne comida resucitará en aquel en quién primero hubo alma racional perfecta" (C.G. IV, 81). Lo que faltase en algún hombre sería suplido por el poder divino.
c) ¿Cuál será la edad de los cuerpos resucitados? Aunque la Iglesia no se haya pronunciado sobre este tema, podemos seguir con seguridad a Santo Tomás, que enseña que probablemente resucitaremos todos en edad juvenil, hacia los treinta y tres años, como Nuestro Señor. Dios añadirá lo que falte a los niños y reparará la decrepitud de los ancianos.
d) ¿Cuáles serán las cualidades de los cuerpos bienaventurados? El catecismo del Concilio de Trento (P. la c.12 n° 13) enseña que serán cuatro:
1) La impasibilidad, que hará que no se pueda padecer molestia ni sentir ningún dolor.
2) La sutileza, que consistirá en un perfecto dominio del alma sobre el cuerpo.
3) La agilidad, por la que el cuerpo se podrá mover hacia cualquier parte a donde quiera el alma con la mayor velocidad.
4)La claridad, cierto resplandor que rebosará al cuerpo de la suprema felicidad del alma.
e)¿Cómo serán los cuerpos de los condenados? Las cualidades de los cuerpos condenados serán principalmente tres:
1) No tendrán ninguna deformidad pero resucitarán con los defectos que se siguen naturalmente en el cuerpo de sus principios naturales: pesadez, pasibilidad, etc.
2) La incorruptibilidad, que conservará eternamente el cuerpo en su integridad a pesar de las llamas.
3) La pasibilidad, con la que sufrirán eternamente los suplicios del infierno.
f) ¿Cuándo y de qué manera tendrá lugar la resurrección? Según Santo Tomás, haciéndose eco de la Tradición de la Iglesia, afirma que nadie puede saber, ni siquiera conjeturar, en qué época se celebrará el juicio. Nuestro Señor Jesucristo no quiso revelarlo (Hechos, I, 7) ni probablemente lo revelará jamás a nadie, a fin de que permanezcamos todos vigilantes y preparados para su segundo advenimiento, que, según el Evangelio (San Lucas, XII, 40) ocurrirá inesperadamente.
San Pablo advierte (I Corintios, XV, 52) que una potente trompeta, símbolo de la voz de Nuestro Señor Jesucristo, convocará a los muertos para que resuciten y comparezcan ante el juicio de Dios. En ese momento intervendrán los ángeles que recogerán rapidísimamente las cenizas dispersas, preparándolas para la reconstrucción de los cuerpos. Seguirá entonces la resurrección de todos los muertos realizada instantáneamente por la Santísima Trinidad.
Una visión de San Juan a modo de conclusión
Con estas respuestas hemos podido repasar la doctrina católica acerca de la resurrección, y pudimos comprobar su conveniencia. El Apóstol San Juan, al final del Apocalipsis, nos presenta una impresionante visión relativa a la resurrección de los muertos, que deberíamos meditar a menudo para tomar fuerzas en nuestro camino hacia la vida eterna. Escuchémoslo (Apocalipsis, XX, 11 - XXI, 5): "Luego vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado sobre él. El cielo y la tierra huyeron de su presencia sin dejar rastro. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono; fueron abiertos unos libros, y luego se abrió otro libro, que es el de la vida; y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras. Y el mar devolvió los muertos que guardaba, la Muerte y el Hades devolvieron los muertos que guardaban, y cada uno fue juzgado según sus obras. La Muerte y el Hades fueron arrojados al la-go de fuego —este lago de fuego es la muerte segunda— y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego. Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: « Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado. Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo»“.
¡Que Nuestra Santísima Madre nos ayude a alcanzar este mundo nuevo!
Ordo Missae: San Clemente I, Papa y Mártir.
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23 de Noviembre. Sábado.
San Clemente I, Papa y Mártir.
Conmemoración de Santa Felicidad, Mártir.
Doble.
Ornamentos Rojos.
Misa: Dicit Dóminus:...
Gloria
Co...
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