La Iglesia ha recibido, de Cristo, la misión de anunciar a todos los hombres su Evangelio, por ello toda su obra «esta (...) ordenada a la santidad de sus miembros en Cristo»(5). Mediante el anuncio del Evangelio la Iglesia busca la conversión de las almas, una vez alcanzada la conversión, la Iglesia tiene la misión de acompañarle en el crecimiento de su fe.
Para muchos ese primer momento es el Bautismo para otros, en cambio, va en paralelo con la catequesis, ya que son muchos los niños y jóvenes que acuden a nuestras Parroquias sin haber recibido ningún alimento a su Fe y en algunos ni siquiera han recibido el anuncio de Cristo. Se transforma, entonces, en un componente muy importante en el proceso de evangelización, por ella la Iglesia quiere «hacer madurar la fe inicial y educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la Persona y del mensaje de Nuestro Señor Jesucristo»(6).
En virtud de ello, ha sido siempre para la Iglesia una tarea primordial sabiéndola no solo deber suyo, sino también un derecho. Ciertamente, afirma Pío XI, «es derecho inalienable de la Iglesia y a la vez deber suyo indispensable vigilar sobre toda la educación de sus hijos»(7).
Entiende la Iglesia, entonces, a la catequesis como «el conjunto de esfuerzos realizados (...) para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, mediante la fe ellos tengan vida en su nombre»(8). Este conjunto de esfuerzos es hacia todos los hijos sin distinción de edades, pero no podemos dejar de pensar que se concentra de manera clara en los niños y jóvenes que al estar formándose sus personalidades necesitan ciertamente de la ayuda de la Iglesia que les ilumine ante tanta tiniebla. Ella con «preciosa providencia maternal (ha) de preservar a sus hijos de los graves peligros de todo veneno doctrinal y moral». Ciertamente que «sin la recta institución religiosa y moral -como sabiamente advierte León XIII- «toda la cultura de las almas será malsana; los jóvenes no habituados al respeto de Dios no podrán soportar norma alguna de honesto vivir, y sin ánimo para negar nada a sus deseos, fácilmente se dejarán arrastrar a trastornar los Estados» (Enc. Nobilissima gallorum gens, 8 febr. 1884)»(9)
Son tiempos en que la catequesis necesita una nueva fuerza, sobre todo la catequesis de nuestros niños y jóvenes porque son muchos los que peregrinan por el mundo a la difusa luz del error, son muchos los que beben el veneno moral y doctrinal que nos hablan los Papas. Una «multitud innumerable (...) dominada aquí y allí por la incertidumbre y el miedo, o seducida por la evasión en la droga y la indiferencia, incluso tentada por el nihilismo y la violencia»(10). «Multitud innumerable» que marcha sin rumbo, que están a los gritos desde lo más profundo de sus almas dicen, como el Señor en el Madero, «Tengo sed». Sed de lo eterno, sed de comprenderse a sí mismos como personas, buscan desesperadamente y no encuentran a Cristo, el único que puede apagar esa sed, porque ha sido destronado de todos lados. No esta en los medios, no esta en la música, no esta en las librerías, no esta en las escuelas ni universidades, no esta en las familias y a veces no esta ni siquiera en las Parroquias. No escuchan la voz de la Madre Iglesia que anuncia con fuerza al Verbo Encarnado y la alegría de seguirlo aún en la Cruz, aún en el dolor.
Esta es la Misión primera de la Iglesia, esta es la verdadera «opción preferencial por los pobres», pues como decía la santa de mi abuela «pobre es el diablo que perdió la gracia de Dios», entonces, todo aquel que no conozca a Cristo vive en la pobreza de su alma, independientemente de su situación ecónomica. A ellos debe dirigirse primariamente la acción de la Iglesia.
NOTAS:
5) Catecismo de La Iglesia Católica (CIC) 773
(6) Juan Pablo II Carta Encíclica Catechesi Tradendae (CT sobre la catequesis de nuestro tiempo)
(7) DIM 7
(8) CT 1
(9) DIM 7
(10) CT 35
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