sábado, 6 de septiembre de 2008

¡Adios Cardenal!

Compartimos el reportaje hecho por el diario chileno "La Segunda" a Mons. Francisco Javier Cardenal Errázuriz, Arzobispo de Santiago de Chile, con motivo de su renuncia al arzobispado por cumplir los 75 años de edad. Será recordado en Chile por su intento de expulsión del IBP desde su diócesis contraviniendo la voluntad de S.S. el Papa, por mansillar cada 18 de septiembre la santidad del principal templo del país al celebrar junto a cismáticos, herejes y animistas, el Te Deum de fiestas patrias, por su debilidad ante la escandalosa programación de la televisora católica, por su celebre frase ante S.S. el Papa "ella comparte nuestros mismos valores" refiriéndose a la entonces electa presidente de izquierda Michelle Bachellet, por la tibia defensa de la vida y de la familia... un suma y sigue que le convertirá en uno mas de los cardenales modernistas que gobernaron la Iglesia en Santiago de Chile.

Cardenal Errázuriz «desclasificado»: Sus recuerdos, hitos y revelaciones al cumplir 75 años
Tras presentar su renuncia al Papa, arzobispo de Santiago rememora los hitos de su vida: desde el origen de su vocación hasta sus diálogos con Juan Pablo II y la elección de Benedicto XVI.
Por Alvaro Valenzuela M.

A mediados del siglo pasado, el ambiente en Chile -para variar- estaba revuelto. La Confederación de los Trabajadores y las federaciones de estudiantes llamaban a una huelga general para derrocar al gobierno, al tiempo que los partidos buscaban cómo manipular las cosas a su favor. En la propia Facultad de Ingeniería de la Universidad Católica había turbulencias, con los alumnos pidiendo una formación más integral y las autoridades sin entender sus demandas...

En ese clima, Francisco Javier Errázuriz, egresado del Liceo Alemán y de familia católica tradicional, se enfrentaba por primera vez con otras formas de pensar el mundo. Iniciaba la búsqueda de su camino. El testimonio de un compañero fue decisivo y lo llevó a incorporarse a uno de los primeros grupos de universitarios schoenstattianos del país. El joven Errázuriz bullía en inquietudes: visitas a poblaciones «callampas», participación en la FEUC y en la Acción Católica parroquial, estudios intensos...

Pero al final, la experiencia en Schoenstatt resultó decisiva. El trabajo allí, la preparación de reuniones, la búsqueda de Jesús lo llevaron a desinteresarse de las matemáticas, la geometría y la construcción: "Dios me llamaba a realizar plenamente lo que ya llenaba mi vida. Me llamaba al sacerdocio..."

Ahora, más de medio siglo después, la trayectoria iniciada entonces llega a un punto cúlmine. Exactamente hoy, el cardenal Errázuriz cumple 75 años, la edad en que todo obispo o arzobispo debe presentar su renuncia al Papa. Ya verificó el trámite el domingo, en una audiencia en Roma. Sabido es que Benedicto XVI acostumbra a estudiar estas materias con calma, sin precipitar decisiones. También es habitual que, al menos en el caso de los obispos, resuelva pedirles continuar por un año más al frente de sus diócesis, antes de nombrar a un sucesor. Nada de eso, sin embargo, es una regla y monseñor Errázuriz desconoce qué pasará en su caso.

Pero no hay asomo de incertidumbre en su ánimo. Tampoco luce aspecto de jubilado, mientras se prepara a vivir un septiembre intenso, con una misa esta tarde en la Catedral por su cumpleaños, pero también con los preparativos para el 18, cuando presida el que bien puede ser su último Te Deum...

Buen momento para balances y para repasar con La Segunda los hitos de su vida... y también de la historia de Chile y de la Iglesia en el último medio siglo.

- ¿Qué significaba entrar a Schoenstatt, un movimiento que recién empezaba y que suscitaba desconfianzas al interior de la propia Iglesia?
- Fue el primer movimiento internacional de jóvenes que llegó a Chile. Muchos consideraron que competía con la Acción Católica y que se cultivaba cierto secretismo. Sentían que no nos contentábamos con el orden establecido; que nos confabulábamos contra él. De ahí, buena parte de la desconfianza; también de la desconfianza injusta. Por lo demás, la Acción Católica, después de su apogeo, comenzaba a declinar. Recuerdo una asamblea nacional en la cual el asesor afirmó que la "acción" católica no tenía nada que ver con la santidad. Pero la Iglesia ya avanzaba por otros caminos. Había tomado otro rumbo, imperceptible al comienzo, pero que culminó en el Concilio con la declaración de la vocación universal de todos los bautizados a la santidad y al apostolado.

Crisis sacerdotal en los 60
- Con su vocación ya definida, ¿cómo vivió los años '60, decisivos para la Iglesia?
- Fueron años muy intensos. Terminábamos nuestros estudios de teología en Friburgo (Suiza). Llegamos a ser 24 chilenos que nos preparábamos al sacerdocio allí. De mi curso, el tercero, 11 fuimos ordenados por monseñor. Manuel Larraín. A fines del año 1962 regresé a Chile. En el viaje recibí una gracia que marcaría mi vida. En Milwaukee visité al padre José Kentenich, el fundador de Schoenstatt. Con él conversé de muchos temas; también del Concilio Vaticano II. Me ayudó decisivamente en mi formación.

Ya en Chile, durante tres años fui asesor de grupos de jóvenes. Pero esta tarea, que compartíamos con un número considerable de asesores universitarios, se realizaba en medio de una crisis de identidad sacerdotal. La gran mayoría dejó el sacerdocio. Nos estremecían interiormente sus decisiones.

- ¿Y eran mejores las noticias que les llegaban del Concilio?
- Allí la esperanza crecía. Los documentos que nos llegaban de Roma, que en Chile fueron difundidos sabiamente, sobre todo por el padre Egidio Viganó, decano de la Facultad de Teología y superior provincial de los padres salesianos, nos llenaban de alegría. Pero también se divulgaban interpretaciones parciales, erradas, reduccionistas, que provocaban falsas expectativas y confusión.

- En la segunda mitad de los '60, los movimientos universitarios estallan. ¿En qué estaba Ud. entonces?
- Ya el año 65 mi comunidad abordó otra meta con todo el corazón: la fundación del Instituto Secular de los Padres de Schoenstatt. Yo sentía con fuerza la vocación a ser uno de sus cofundadores. Nos apoyó mucho el cardenal Silva Henríquez; también don Emilio Tagle, don Bernardino Piñera y tantos otros obispos. Refundamos, animamos y reorganizamos la comunidad, fundamos en Ecuador, en España y en Portugal, formamos el equipo pastoral Maipú, impulsamos la pastoral juvenil y la pastoral matrimonial. Los años de fundación, que se caracterizan por la acción poderosa de la gracia y por la fidelidad creadora al fundador, son muy hermosos. Dedicado con toda el alma a esta tarea como superior de la comunidad en Chile, debo confesar que no me impactó mucho el movimiento universitario de los años 67 y 68.

El regreso a Chile tras 25 años
- El año '71 Ud. parte a Alemania y vive en Europa por más de dos décadas, hasta que Juan Pablo II lo nombra obispo de Valparaíso. ¿Qué tan distinto fue el país que encontró?
- En realidad, si bien en los últimos 25 años no había residido en Chile, nunca había perdido el contacto con el país. Casi todos los chilenos, a diferencia de otros pueblos, somos así. Salimos de Chile, pero sin alejarnos de Chile. Pero conocía muy poco a la gran diócesis de Valparaíso. Grande, no sólo por la hermosa composición de sus cerros, sus valles y su mar. Valparaíso, con sus aires de gran ciudad, también es una suma de pueblos: sus cerros, en los cuales hay más cercanía entre la gente.

Comencé nuevamente a predicar con mucha frecuencia (en lenguas extranjeras predicaba mucho menos), y a disfrutar la meditación y el anuncio de la palabra de Dios. Me llenaban de alegría las peregrinaciones.

- ¿Cómo se produjo su designación en Santiago el '98? ¿Le encargó alguna misión particular el Papa?
- Asumir una diócesis como Santiago, ya eran palabras mayores. No sólo por el número de habitantes, sino también por lo que se espera de su arzobispo, también en temas nacionales. Por eso, en cuanto supe que se rumoreaba mi nombre, le escribí al Secretario de Estado para que sopesaran mis limitaciones personales, como asimismo el conocimiento de personas y de temas, como además otras experiencias, que yo no traía, por haber vivido tantos años fuera de Chile. Pero cuando el Santo Padre decide hacer un nombramiento, es claro: lo único que cabe es aceptar y confiar en la ayuda de Dios; decirle a Él con la Santísima Virgen: has mirado la pequeñez de tu siervo, hágase en mí según tu palabra.

De parte del Papa, un nombramiento episcopal implica un inmenso acto de confianza en que la persona hará todo lo posible por ser un discípulo y misionero de Jesucristo. El sucesor de Pedro confía en que los sucesores de los demás apóstoles, por así decirlo, una vez ungidos por el Espíritu Santo, sólo querrán seguir al Señor y anunciar el Evangelio. Seguramente por ese motivo, al parecer no son muchas las misiones especiales que encomienda.

Su dramático recuerdo del 11: "Me impactó la soledad en que quedó el Presidente Allende"
Arzobispo revela su conversación con el cardenal Silva Henríquez días antes del golpe y afirma: ''Las circunstancias y muchísima gente obligaron a los militares a intervenir''.

En 1971, Errázuriz partió a Alemania, a integrar el Consejo General del Instituto en Schoenstatt. No dejó de mantener el contacto con un Chile en crisis:
- Varias veces viajé. Seguía el proceso social, económico y político, en un comienzo con la esperanza puesta en los avances que se asomaban en el campo de la justicia social, pero también con creciente preocupación por la escasez de alimentos, la insoportable inflación, la falta de coordinación interna en los ministerios, el huracán de violencia verbal que nos sacudía, el alejamiento de las reglas de la democracia.

Su último viaje durante el período de la Unidad Popular resultó dramático:
- Llegué el 1 de septiembre del año 1973. Del avión descendieron muy pocos chilenos y una gran mayoría de extranjeros. Era un signo muy preocupante. Me impactó la enorme cantidad de camiones en huelga, que paralizaban el abastecimiento del país; también la inseguridad total de los pequeños comerciantes, que vendían los productos con el temor de encontrarlos a mayor precio en la fábrica. El 7 o el 8 conversé con el cardenal Silva en Punta de Tralca. Me impactaron tanto sus palabras, que las recuerdo casi textualmente: «He hecho todo lo posible para que se dé una salida democrática a esta crisis. Los signos de buena voluntad que pide la Democracia Cristiana son justos y fáciles de cumplir. Pero pasan los días y el Presidente no los cumple. No sé si no da esos pasos porque no puede o porque no quiere. Ahora espero una salida de fuerza. No sé de qué lado vendrá». La situación era realmente insostenible.

Luego, el mismo 11, "desde la casa de mis padres caminé hasta La Florida, para celebrar la misa durante los días del toque de queda en el santuario de Schoenstatt. Me impactó la soledad en que quedó el Presidente Allende. Un mar humano caminaba hacia La Florida y Puente Alto, pero nadie iba a La Moneda a defenderlo. Me dolió mucho el trágico fin de su vida. Por otra parte, era un hecho palpable: los militares no intervinieron porque buscaran el poder. Las circunstancias y muchísima gente los obligaban a intervenir".

- Cuando volvió a Alemania, ¿qué sabía de lo que pasaba en Chile?
- En varias oportunidades nos visitó el cardenal. Por él supimos de la defensa convencida que hacía la Iglesia de los derechos de los detenidos desaparecidos, fueran o no católicos. Más allá de las acciones armadas de los primeros días, lo demás era no sólo doloroso, sino del todo contrario a la dignidad y a los derechos con que Dios había dotado a los seres humanos. Nos enorgullecía la valentía del cardenal Silva.

El llamado a Roma...
- Tras esa larga estadía en Alemania, donde llegó a ser superior del Instituto de Sacerdotes de Schoenstatt, ¿cómo se gestó su partida a Roma a principios de los 90?
- En diciembre del 90 recibí un fax que me sorprendió. El Papa me nombraba secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y deseaba ordenarme obispo en San Pedro el 6 de enero. Con el dolor de la despedida, celebré la Navidad con los seminaristas de mi comunidad en Muenster. Llegué a Roma o asumí mi nuevo cargo, si mal no recuerdo, ¡el Día de los Inocentes!

El Papa me llamó porque se había suscitado un desencuentro grave con la organización más importante de los religiosos en América Latina. Quería solucionarlo con la ayuda de un latinoamericano que no fuera ni muy joven ni tuviera mucha edad, miembro de un instituto de vida consagrada, y que conociera la Iglesia, también fuera del ámbito latinoamericano...

La muerte de Juan Pablo II: "Fue perder al propio padre espiritual..."
''Me impresionó entrar a la basílica de San Pedro, guardar silencio y ver ante mí los restos sin vida alguna, convertidos en una cosa, de quien había tenido tanta vida y sabiduría...

Instalado en Roma a principios de los '90, el ya obispo Francisco Javier Errázuriz pudo estar con el Papa Juan Pablo II en muy diversas ocasiones. De hecho, conversaron poco después de la designación vaticana. Allí "su confianza en las personas y en la gracia divina, reflejada en sus palabras de aliento al enviarme a una misión muy difícil, me sorprendió".

Otra anécdota es reveladora de la personalidad del fallecido pontífice:
- En una oportunidad, cuando me pidió que le relatara un tema de gran importancia para la vida contemplativa, me dio a entender que a él se le había informado erróneamente. Sólo alguien que goza de la libertad de los hijos de Dios puede reconocer un hecho así, que pudo haber tenido graves repercusiones.

Tales experiencias personales y la lectura de los escritos de Juan Pablo II lo fueron transformando en "mi segundo padre espiritual (el primero había sido el fundador de Schoenstatt, José Kentenich)".

Finalmente, "ya en el ocaso de sus días, estuve con él en más de una ocasión. Iba a presentarle la intención de las Conferencias episcopales de Latinoamérica. Queríamos celebrar una nueva Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe. Recibimos todo su apoyo, colmado de esperanza. El abrió el camino hacia Aparecida, mientras ya sufría las dolencias que ofrecía por la Iglesia".

- ¿Cómo lo impactó su muerte?
- Fue perder al propio padre espiritual en la fe. Me impresionó entrar a la basílica de San Pedro, guardar silencio y ver ante mí los restos sin vida alguna, convertidos en una cosa, de quien había tenido tanta vida y sabiduría, y de quien tanto había recibido.

Un inmenso gentío había llegado a Roma a despedirse de él. Pasaban los papás, mostrándoles a sus hijos a ese gran hombre de Dios, que había hecho tanto bien... Impactante el reconocimiento que recibió de personalidades de todo el mundo y de las grandes religiones. Hermosa y profunda la homilía del Cardenal Ratzinger ante el sencillo ataúd sobre la piedra, enseñándonos a ver en la fe de qué manera Juan Pablo II abría la ventana de sus habitaciones en el cielo, y como antes, nos bendecía.

- ¿Y qué recuerdos tiene del Cónclave que eligió a Benedicto XVI? Para muchos quedó definido en la misa con el colegio de cardenales donde el entonces cardenal Ratzinger planteó un verdadero programa para la Iglesia, de enfrentar el relativismo.
- En el ánimo de muchos cardenales electores puede haber pesado esa homilía, como también sus palabras en la concelebración eucarística el día en que se inició el Cónclave. No las escuché pensando que el Cardenal proponía un programa pastoral. Pero intervienen también otras consideraciones. Los días anteriores siempre son importantes. Con gusto informan sobre los "candidatos" quienes mejor los conocen. Y ahora es más fácil obtener informaciones fidedignas sobre el pensamiento de los más nombrados. Basta con recurrir a internet.

Pero en el caso del cardenal Ratzinger, esto no era tan necesario. Todos conocíamos su calidad humana, la irradiación de su fe, su visión del mundo y de la Iglesia, sus propuestas pastorales. Muchas veces se dice que quien entra a un Cónclave como Papa sale como cardenal. Aquí ocurrió lo contrario. El deseaba que el elegido fuera otro. Y después del Cónclave, refiriéndose a las primeras votaciones, manifestó sus sentimientos al expresar: "Cuando me di cuenta de que «la guillotina» se acercaba a mí". Si bien no lo quería, una vez elegido aceptó de corazón lo que Dios le pedía. Ese "sí" a hacer su voluntad tuvo en él un efecto inmediato de libertad y alegría.
  1. http://www.lasegunda.com/detalle_impreso/index.asp?idnoticia=0205092008301S0340084
  2. IBP en Chile y ¿la desobediencia del obediente Cardenal?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

pasan por alto un pequeñísimo detalle, la renuncia es protocolaria, puede ‘el Papa’ pedirle que se quede un tiempo más. Recientemente ha ocurrido ese evento en varios casos. Lo que usualmente pasa es que despues de los 75, los obispos colaboren cinco años más.

¡Quiera Dios que le acepten la renuncia!

christus vincit dijo...

Tenemos la misma esperanza que se convierte en suplica hacia el Señor:

¡Quiera Dios que le acepten la renuncia!

In Domino