martes, 30 de septiembre de 2008

Cada uno hace lo que le parece bien

En su blog, "Cor ad cor loquitur", Luis Fernando Pérez Bustamante nos comenta de la penosa situación de gran parte del pueblo católico español, alejado de la fe y presa de sus propios juicios contrarios a la enseñanza de la Iglesia; mas que culpar de ello a los fieles de a pie, pone como centro de la responsabilidad a la actitud pasiva y permisiva del clero y a sus actos contrarios a las enseñanzas de la Iglesia. Este escenario condenable, que no es diferente en nuestra América Hispana en donde el modernismo tiene entre otros muchos ingredientes la condenada "teología de la liberación", tiene como remedio la educación en la fe, es decir la formación y la catequesis. En la imagen, el profesa Oseas.

Cada uno hace lo que le parece bien
Cada vez que me adentro en la lectura de la Sagrada Escritura, no puedo evitar el constatar los paralelismos entre el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento y el mismo pueblo en nuestra época. Por ejemplo, el libro de Jueces acaba con el siguiente versículo: Por aquel tiempo no había rey en Israel y cada uno hacía lo que le parecía bien (Jue 21,25). Son tal la cantidad de católicos que creen y hacen lo que les parece bien, independientemente de lo que la Escritura y la Iglesia digan acerca del bien y del mal, que cabe preguntarse si el “sensus fidelium” no ha pasado a ser una bonita teoría que amenaza convertirse en una utopía. Recordemos lo que al respecto dijo el Concilio Vaticano II:

"El Pueblo santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo testimonio sobre todo por la vida de fe y de caridad, ofreciendo a Dios el sacrificio de la alabanza, el fruto de los labios que bendicen su nombre (cf. Heb., 13, 15). La universalidad de los fieles que tiene la unción del que es Santo (cf. 1 Jn., 2, 20 y 27) no puede fallar en su creencia, y ejerce ésta su peculiar propiedad mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando “desde los Obispos hasta los últimos fieles seglares” manifiesta el asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres. Con ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del sagrado magisterio, al que sigue fielmente, recibe, no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf. 1 Tes., 2, 13), se adhiere indefectiblemente a la fe confiada una vez a los santos (cf. Jud., 3), penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida". (Lumen Gentium 12)

¡Qué bonito! ¡Qué bien aguanta todo el papel! ¡Qué Iglesia de grandes documentos tenemos! ¡Pero qué realidad más apartada de todo eso vivimos, al menos en España! No seré yo quien niegue que en este país todavía queda una rebaño pequeño de fieles, “manada pequeña” en palabras de Cristo, a quienes se puede aplicar ese texto del concilio. Pero la inmensa mayoría de los bautizados va literalmente a su bola. O pasan de la fe o se la hacen a la medida de su mal formada conciencia, con más habilidad que el mejor de los sastres haciendo trajes. Van por libre en la moral y la doctrina. Creen lo que les parece bien y se comportan como si sobre sus vidas no hubiera autoridad espiritual alguna. Incluso muchos, probablemente la mayoría, de los que todavía practican la fe, si es que el mero hecho de ir a misa dominical ya puede considerarse como práctica de la fe, no pasarían un test elemental sobre el Catecismo o su Compendio.

En realidad, el profeta Oseas ya se encontró con un panorama parecido. Y fue claro:

Oseas 4,13. "Escuchad la palabra de Yahveh, hijos de Israel, que tiene pleito Yahveh con los habitantes de esta tierra, pues no hay ya fidelidad ni amor, ni conocimiento de Dios en esta tierra; sino perjurio y mentira, asesinato y robo, adulterio y violencia, sangre que sucede a sangre. Por eso, la tierra está en duelo, y se marchita cuanto en ella habita, con las bestias del campo y las aves del cielo; y hasta los peces del mar desaparecen".

¿Cree alguien que exagero? Pues ahí tienen la sangre de los cien mil inocentes que mueren cada año en el seno de sus madres. Ahí tienen el adulterio mostrado con orgullo en las televisiones de nuestros hogares. Ahí tienen la prostitución como el único negocio que no sufrirá gran cosa el embate de la crisis. Ahí tienen a nuestros gobernantes mintiendo miserablemente a un pueblo que luego les vuelve a votar. Y ahí tienen la mencionada crisis que va a poner muchas cosas en su sitio. Mas, ¡oh arcanos de la sabiduría divina!, el profeta de calamidades llamado Oseas, ese al que hoy llamarían carca, fundamentalista, preconciliar y tridentino, señala con el dedo acusador a unos culpables:

Oseas 4,4-7. "¡Pero nadie pleitee ni reprenda nadie, pues sólo contigo, sacerdote, es mi pleito! En pleno día tropezarás tú, también el profeta tropezará contigo en la noche, y yo haré perecer a tu madre. Perece mi pueblo por falta de conocimiento. Ya que tú has rechazado el conocimiento, yo te rechazaré de mi sacerdocio; ya que tú has olvidado la Ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos. Todos, cuantos son, han pecado contra mí, han cambiado su Gloria por la Ignominia".
¿Y bien? ¿alguien se siente aludido? Yo soy tan sacerdote como el resto de laicos que compartimos la condición de pueblo sacerdotal, pero siendo igualmente el pueblo de Israel reino de sacerdotes (Ex 19,6), es obvio que el profeta estaba hablando del sacerdocio “ordenado". Y es que siendo grave que los fieles se desvíen de la fe, es intolerable que muchos sacerdotes lo hagan. Y es intolerable que la causa de ello sea la mala formación que recibieron. Y más intolerable aún resulta que los obispos lo hayan consentido e incluso alentado.

Todo el mundo tiene responsabilidad y al final todos tendremos que dar cuentas a Dios personalmente. Pero al que sobre más se le ha puesto, más se le pide. A mí me daría pavor tener que poner sobre mis hombros la responsabilidad de pastorear una parte del rebaño de Cristo. Y mucho más en una época, como ésta, en que multitud de ovejas se creen cabras salvajes y van a pastar a los riscos desde los que se despeñan hacia el abismo de la condenación. Pero siquiera por el santo temor de Dios y por mi propia salvación, procuraría hacer todo lo que estuviera en mi mano para ejercer de padre que guía y disciplina, de profeta que exhorta, advierte y muestra la voluntad de Dios, y de apóstol que vive por y para la predicación del evangelio y la formación de los fieles. Y exigiría a todos mis sacerdotes una total fidelidad al evangelio y la fe de la Iglesia, de forma que quien se apartara de la senda de la verdad sería apartado inmediatamente del sacerdocio. No podemos dejar a los fieles en manos de quienes se pasan la fe de la Iglesia por el forro, de quienes hacen norma habitual de los abusos litúrgicos, de quienes adoctrinan en el error a los catecúmenos. El obispo que no vale para hacer tal cosa no vale para obispo, y mejor le sería dejar el episcopado que tener que presentarse delante de Dios habiendo sido un mal pastor del rebaño que se le encomendó.

Nos quejamos y nos sorprendemos en España de que la Iglesia cada vez pinte menos. Pero la Iglesia no es otra cosa que lo que somos los cristianos que formamos parte de la misma. No es un ente etéreo que pueda sostener en el aire un prestigio y una influencia de tiempos pasados. Un pueblo que siente vergüenza de su pasado reciente acaba por perder su identidad. Aquí muchos se rasgan las vestiduras por el papel de la iglesia española en el anterior régimen, aquel que la salvó de ser aniquilada a manos de los padres políticos de los que hoy nos gobiernan. No voy a decir que todo se hizo bien. No voy a decir que no se pudo hacer mucho más para limar las aristas más agudas de aquel régimen. Pero ya está bien de avergonzarnos de aquellos que salieron del martirio y lograron que el alma de España no se despeñara por el barranco del comunismo ateo. La sociedad española en tiempos de Franco no era demócrata pero era cristiana. Con todos sus defectos, con todas sus hipocresías, con todo el cristianismo superficial que se quiera, pero cristiana. Se respetaba la autoridad paterna, la del profesor de escuela y la de la moral cristiana. La muy demócrata sociedad española de hoy es pagana, hedonista, que asesina a sus hijos, que ha actuado como el nuevo rico que todo lo gasta, todo lo consume, todo lo presume. Y que ahora va a sufrir las consecuencias de ello.

En todo caso, de nada valen actitudes que pueden parecer nostalgia de tiempos pasados. Se equivocan gravemente los cuatro gatos que hoy añoran aquella España que no va a volver. Yerran quienes echan la culpa a la democracia de los males que nos acechan, cuando una de las virtudes, no la única, que tiene este sistema político es que cada pueblo tiene lo que se merece. Siquiera por eso ya es el mejor de todos. Es tiempo de que reconozcamos la verdad, a saber, que los cristianos somos una minoría enferma que no puede autoengañarse con los éxitos puntuales de algunas convocatorias públicas. Por mucho que llenemos la plaza de Colón y por mucho que haya centenares de miles de jóvenes vitoreando al Papa en la próxima JMJ, seguiremos igual si no emprendemos el camino decidido hacia la formación de los pocos fieles que nos van quedando. Una formación integral, en conocimiento y santidad. Y es que sólo la santidad, el conocimiento de la ley de Dios y su aplicación en nuestras vidas, el regreso a Cristo, a la esencia de nuestra religión y sus santas tradiciones, podrá salvarnos de la ola impía en cuya cresta nos encontramos.
Pax, bonum et veritas
Luis Fernando Pérez Bustamante
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