lunes, 4 de agosto de 2008

En Lambeth el cardenal Kasper invoca a un nuevo Newman

Desde Chiesa:
Se trata del más ilustre de los grandes convertidos a la Iglesia de Roma. El enviado del Papa a la conferencia de los Obispos anglicanos les pide que vuelvan al modelo de la Iglesia apostólica. No a la ordenación episcopal de las mujeres y no a los obispos gays. El texto integral del discurso
por Sandro Magister

ROMA, 31 de julio de 2008 – Ayer, en la Conferencia de Lambeth, el encuentro que se realiza cada diez años y en el que se reúnen los obispos de la Comunión Anglicana de todo el mundo, tomó la palabra el cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

Líneas abajo se reproduce el texto íntegro de su intervención. Kasper puso en evidencia las crecientes divergencias entre la Iglesia Católica y la Comunión Anglicana, especialmente desde la época en que en algunas provincias anglicanas las mujeres son ordenadas al sacerdocio a partir de 1974 y al episcopado a partir de 1989.

Otro motivo de divergencia subrayado por Kasper se refiere a la autorización concedida para bendecir las uniones homosexuales y la ordenación a obispos de personas que viven en pareja con personas del mismo sexo.

Pero más que con la Iglesia de Roma, estas decisiones han producido divisiones dramáticas, ante todo dentro de la Comunión Anglicana. Las oposiciones más fuertes provienen de la parte sur del mundo, especialmente de África. Kasper ha hecho notar que de las 44 provincias que componen la Comunión Anglicana, 28 ordenan mujeres para el sacerdocio y 17 admiten también la ordenación de las mujeres al episcopado, mientras que las otras no. Cada provincia decide por sí misma y se opone a las que deciden algo distinto, al punto que – son siempre palabras de Kasper –“un número significativo de obispos anglicanos ha decidido no participar ni siquiera en la Conferencia de Lambeth".

La ruptura dentro de la Comunión Anglicana es tal que Kasper se pregunta:

"En un escenario similar, [...] ¿quién será nuestro interlocutor en el diálogo? ¿Debemos esforzarnos de la misma manera en coloquios apropiados y transparentes también con quien comparte la visión católica sobre puntos actualmente controversiales, y con quien está en desacuerdo con algunos desarrollos dentro de la Comunión Anglicana o en algunas provincias particulares?"

En efecto, el pasaje a la Iglesia Católica es un desenlace frecuente para los que en la Comunión Anglicana no aceptan la ordenación de las mujeres y la legitimación de la homosexualidad.

Pero la atracción ejercida por el catolicismo es también de carácter más general. Esto está en íntima relación con una concepción integral de la Iglesia y de la tradición cristiana, desde los tiempos apostólicos hasta hoy, que algunos ven más fielmente realizada en la Iglesia Católica.

En su ponencia, el cardenal Kasper ha recordado los “motivos eclesiológicos” que convencieron al cardenal John Henry Newman, el más célebre de los convertidos del siglo XIX, a abrazar el catolicismo. Y ha celebrado que en el anglicanismo de hoy renazca un nuevo Movimiento de Oxford, el movimiento de retorno a la tradición de la Iglesia apostólica y del que Newman fue el inspirador.

Desde 1980, cuando la Iglesia de Roma fijó las reglas para el pasaje al catolicismo de hombres ordenados al sacerdocio o al episcopado en la Comunión Anglicana, se calcula que son más de 80 los que han llevado a cabo tal pasaje, muchas veces seguidos por sectores notables de las respectivas diócesis y parroquias.

El último rito de recibimiento de un ministro anglicano en la Iglesia Católica tuvo lugar en forma privada el pasado 1º de diciembre en Roma, en la basílica papal de Santa María la Mayor.

Por un lado estaba el cardenal arcipreste de la basílica, el norteamericano Bernard Law. Por otro lado estaba el ex anglicano (o episcopaliano, como se acostumbra decir en Estados Unidos) Jeffrey Steenson (en la fotografía), anterior obispo de la diócesis de Río Grande, que abarca el Estado de Nuevo México y parte de Texas, acompañado en el rito por Michel J. Sheehan, arzobispo católico de Santa Fe.

Steenson, de 55 años, casado y con tres hijos, fue ordenado de nuevo sacerdote en la Iglesia Católica, pues ésta no reconoce como válidas las ordenaciones anglicanas. En los seminarios enseñará Patrología, materia en la que es experto.
Una decena de otros ministros episcopalianos de Estados Unidos están esperando ser acogidos como sacerdotes en la Iglesia católica. Entre ellos hay tres obispos eméritos: John Lipscomb (primera fotografía izquierda), de la diócesis de Florida del sudeste; Clarence Pope (segunda fotografía centro) , de Forth Worth, y Daniel Herzog (tercera fotografía derecha), de Albany.

Pero en el interior de la Comunión Anglicana, los que simpatizan con la Iglesia de Roma son mucho más que los que “cruzan el Tiber” y se convierten.

Por ejemplo, en Sydney ha dado voz a estos sentimientos anglocatólicos el obispo anglicano Robert Forsyth, quien el pasado 18 de julio, al recibir a Benedicto XVI en su ciudad, ha definido a la Iglesia de Roma como “un arrecife en medio de las torrentes”. Lo ha explicado así:

"Si no hubiese sido por su fuerte insistencia sobre Cristo como único Salvador del mundo, sobre la fe católica, sobre la naturaleza de Dios trino, sobre la divinidad de Cristo, sobre la centralidad y supremacía de la Sagrada Escritura y sobre el carácter objetivo de la moralidad cristiana, la vida de las otras Iglesias cristianas habría sido mucho más difícil, especialmente aquí en Occidente".

También es australiano el arzobispo John Hepworth, primado de la Comunión Anglicana Tradicional, una rama del anglicanismo que ha propuesto formalmente a la Santa Sede establecer una “unidad corporativa” con la Iglesia Católica. El 25 de julio, el nuncio apostólico en Australia, Giuseppe Lazzarotto, ha entregado a Hepworth una carta del cardenal William Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la que se asegura que la Santa Sede examinará la propuesta con “seria atención”. La Comunión Anglicana Tradicional está asentada en numerosos países y cuenta con casi 400 mil miembros.

Aquí, a continuación, la ponencia del cardenal Kasper en la Conferencia de Lambeth, leída el 30 de julio del 2008:

Reflexiones católico-romanas sobre la Comunión Anglicana
por Walter Cardenal Kasper

Es para mí un privilegio presentar al Arzobispo de Canterbury, a cada uno de los aquí presentes y a todos los participantes de esta altamente significativa Conferencia de Lambeth los saludos del Papa Benedicto XVI y de todo el personal del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Todos nosotros estamos con ustedes en estos días; estamos con ustedes en nuestros pensamientos y en nuestras oraciones, y queremos expresar nuestra profunda solidaridad con sus alegrías, y también con sus preocupaciones y aflicciones.

Permítanme comenzar extendiendo mi agradecimiento al Arzobispo de Canterbury, al personal que coordina las relaciones ecuménicas en el Palacio Lambeth y en la Oficina de Comunión Anglicana, por la invitación que me han hecho para participar en esta importante reunión y por la oportunidad de ofrecer algunas reflexiones sobre nuestras preocupaciones comunes. Constituye una fortaleza del Anglicanismo que inclusive en medio de las circunstancias difíciles ustedes hayan buscado los puntos de vista y las perspectivas de sus compañeros ecuménicos, inclusive cuando no siempre se han alegrado por lo que hemos afirmado. Pero pierdan cuidado, lo que tengo para decirles lo digo como amigo.

Cuando vi lo que ustedes propusieron como tema –“Reflexiones católicas-romanas sobre la Comunión Anglicana”-, pensé que podían haber elegido uno más fácil. Éste es un título amplio y abierto que abarca muchos aspectos de historia y doctrina, y solo puedo rozar algunos de ellos. Pero me parece que hay una pregunta oculta en el título, al preguntar no tanto por lo que los católicos piensan sobre la Comunión Anglicana, sino sobre la Comunión Anglicana en las presentes circunstancias. Podía imaginar una pregunta menos incómoda.

Mi exposición se dividirá en tres secciones: una mirada panorámica de nuestras relaciones en los años recientes; consideraciones eclesiológicas a la luz de la situación actual dentro del Anglicanismo, y una breve reflexión sobre las cuestiones que subyacen en las actuales controversias y puntos de vista dentro del Anglicanismo, especialmente los que han producido también efecto en sus relaciones con la Iglesia Católica. Como conclusión, ofreceré una respuesta a una pregunta bastante inesperada que me planteara pocos meses atrás el Arzobispo de Canterbury, quien me enredó con un gran dilema, al plantearme qué clase de Anglicanismo queremos. ¡Qué pregunta! Espero que ustedes mismos conozcan la respuesta correcta. 'Y cuáles son las esperanzas de la Iglesia Católica respecto a la Comunión Anglicana en los años venideros? Aquí la respuesta es más fácil: esperamos no estar separados y que seamos capaces de mantener un diálogo serio en la búsqueda de la unidad plena, para que el mundo pueda creer.

I. Mirada panorámica sobre las relaciones en los años recientes
Permítanme en esta primera sección refrescar la memoria, no sea que olvidemos qué y cuánto hemos logrado en los últimos 40 años. Cuando el Concilio Vaticano II, en su Decreto sobre el Ecumenismo, volvió su atención a las “muchas comuniones nacionales o confesionales (que) quedaron disgregadas de la Sede Romana” en el siglo XVI, reconoció que “entre las que conservan, en parte, las tradiciones y las estructuras católicas, ocupa lugar especial la Comunión Anglicana” (Unitatis redintegratio §13). Esta Declaración está basada en una interpretación eclesiológica desde la perspectiva católica, la que considera que la Comunión Anglicana contiene elementos significativos de la Iglesia de Jesucristo. En su Declaración Común de 1977, el Arzobispo de Canterbury Donald Coggan y el Papa Pablo VI identificaron algunos de esos elementos eclesiales cuando redactaron lo siguiente:

"Puesto que la Iglesia Católica Romana y las Iglesias que constituyen la Comunión Anglicana han buscado crecer en la comprensión mutual y en el amor cristiano, han llegado a reconocer, a valorar y dar gracias por la fe común en Dios nuestro Padre, en nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu Santo; por nuestro común bautismo en Cristo; por compartir las Sagradas Escrituras, los Credos apostólico y niceno, la definición de Calcedonia y la enseñanza de los Padres de la Iglesia; por nuestro patrimonio cristiano común de muchos siglos con sus tradiciones vivientes de la liturgia, de la teología, de la espiritualidad y de la misión."

En este texto, podemos escuchar al Arzobispo Coggan y a Pablo VI señalar lo que es el fundamento común, la fuente común y el centro de nuestra unidad ya existente pero todavía incompleta: Jesucristo, y la misión de llevarlo a un mundo que tan desesperadamente necesita de Él. No estamos hablando de una ideología, ni de una opinión privada que se puede compartir o no; de lo que estamos hablando es de nuestra fe plena en Jesucristo – testimoniado por los apóstoles – y en su Evangelio, que nos ha sido confiado. En consecuencia, desde el comienzo deberíamos recordar qué es lo que está en juego cuando nos ponemos a hablar sobre la fidelidad a la tradición a la tradición apostólica y a la sucesión apostólica, cuando hablamos sobre el triple ministerio, sobre la ordenación de las mujeres y sobre los mandamientos morales. Sobre lo que estamos hablando es nada menos que sobre nuestra fidelidad al mismo Cristo, quien es nuestro único y común maestro. Y qué más puede ser nuestro dialogo sino una expresión de nuestro intento o deseo de ser plenamente una sola cosa con Él, en orden a ser testigos unidos plenamente a su Evangelio.

Con frecuencia se ha dicho, y es digno rescatarlo, que el diálogo fue dinamizado por el deseo de ser fieles a la voluntad expresa de Cristo que sus discípulos sean una unidad plena, así como Él y el Padre son una sola cosa; y que esta unidad está directamente vinculada con la misión de Cristo y la misión de la Iglesia para el mundo: que ellos sean una sola cosa para que el mundo pueda creer. Nuestro testimonio y misión ha estado seriamente obstaculizado por nuestras divisiones, y el esfuerzo de ser fieles a Cristo fue lo que nos llevó a un diálogo, basado en el Evangelio y en las antiguas tradiciones comunes, el cual tenía a la plena unidad visible como su meta. Pero la unidad plena no era y no es un fin en sí mismo, sino un signo de y un instrumento para buscar la unidad con Dios y la paz en el mundo.

Con esto en mente, cuando podemos mirar hacia atrás, hacia lo que la Comisión Internacional Católica Romana-Anglicana [Anglican-Roman Catholic International Commission (ARCIC)] ha logrado durante las pasadas casi cuatro décadas, podemos decir en confianza que por cierto ha obtenido un fruto bueno. En la primera fase de ARCIC (1970-1981) se emitió la declaración Doctrina Eucarística (1971) [Eucharistic Doctrine] y Ministerio y Ordenación (1973) [Ministry and Ordination], y en cada instancia se anunció hacer alcanzado un acuerdo sustancial. La respuesta católica oficial (1991), al mismo tiempo que reclamaba otro trabajo sobre ambos temas, hablaba de esos textos como “un hito significativo” que atestiguaba “el logro de puntos de convergencia e inclusive de acuerdo que muchos podrían haber pensado que no era posible antes que la Comisión comenzara su trabajo”. Las Clarificaciones (1993) producidas por miembros de la Comisión y que se visualizaron fueron las de “haber fortalecido en gran parte un acuerdo en esas áreas”, de acuerdo a las autoridades católicas. La primera fase de ARCIC produjo también dos Declaraciones sobre el tema de la Autoridad en la Iglesia (1976, 1981), tema que está en el centro de las divisiones del siglo XVI.

Si bien los textos de la segunda fase de ARCIC (1983-2005) no promovieron una respuesta formal ni en la Iglesia Católica ni en la Comunión Anglicana, y no llevaron a una resolución concluyente o a un consenso pleno sobre los temas tratados, cada uno de ellos sugirió un acercamiento creciente. Salvación en la Iglesia (1986) [Salvation in the Church] resuena, de muchas maneras, con la Declaración conjunta sobre la Doctrina de la Justificación, firmada en 1999 por la Iglesia Católica y la Federación Luterana Mundial. La configuración de la comprensión de la Iglesia como koinonía fue promovido por primera vez en la introducción del Informe Final de ARCIC I, mientras que ARCIC 2 ofreció la obra más madura de la Comisión sobre eclesiología en La Iglesia como Comunión (1991) [The Church as Communion]. La Vida en Cristo (1994) [Life in Christ] hizo posible identificar una visión compartida y una herencia común para la enseñanza ética, a pesar de la discrepancia sobre las aplicaciones pastorales de los principios morales. El Don de la Autoridad (1999) [The Gift of Authority] retomó el tema de la autoridad e hizo progresos importantes sobre la necesidad de un ministerio universal del primado en la Iglesia. María: Gracia y Esperanza en Cristo (2005) [Mary: Grace and Hope in Christ] dio importantes e inesperados pasos hacia una comprensión común de la Bienaventurada Virgen María.

Como ustedes bien saben, la ordenación de las mujeres al sacerdocio en varias provincias anglicanas, comenzada en 1974, y al episcopado, comenzada en 1989, ha complicado en gran medida las relaciones entre la Comunión Anglicana y la Iglesia Católica. Retomaré este tema a través de dos vías. Con este obstáculo en mente, y buscando determinar lo que sin embargo fue posible en el progreso de nuestras relaciones, se llevó a cabo una importante iniciativa no mucho después de la última Conferencia de Lambeth. En mayo de 2000, mi predecesor – el Cardenal Edward Idris Cassidy – y el Arzobispo George Carey invitaron a 13 primados anglicanos y a los respectivos presidentes de Conferencias Episcopales católicas, o a sus representantes, a Mississauga (Canadá), para evaluar lo que se había logrado en el diálogo ARCIC, y a la luz de ambos logros y de las dificultades que signaron nuestras relaciones, para ofrecer recomendaciones para posibles pasos futuros.

A lo largo de mi vida he concurrido a muchos encuentros ecuménicos, y estoy feliz de decir que éste ha sido uno de los mejores encuentros a los que he asistido. El espíritu de oración, devoción y amistad, la seria reflexión no sólo en los trabajos de ARCIC sino también sobre las relaciones ecuménicas en cada región representada, y el profundo deseo de reconciliación que impregnó la reunión de Mississauga, renovó la esperanza para lograr progresos significativos en las relaciones entre la Comunión Anglicana y la Iglesia Católica. Uno de los frutos del encuentro en Mississauga fue la institucionalización de la Comisión Internacional Anglicana-Romano Católica para la Unidad y la Misión [International Anglican-Roman Catholic Commission for Unity and Mission (IARCCUM)], una comisión compuesta principalmente por obispos. Durante la semana pasada, en esta Conferencia de Lambeth, ustedes han estudiado la Declaración de IARCCUM, Growing Together in Unity and Mission [Creciendo juntos en la unidad y en la misión]. A modo de síntesis del trabajo de la ARCIC, este documento ofrece la evaluación de la Comisión respecto al hecho de cuán lejos hemos llegado en nuestro diálogo e identifica las cuestiones pendientes que deben ser tratadas.

Durante los últimos 40 años, no solo nos hemos comprometido mutuamente en el diálogo teológico. Se ha desarrollado una estrecha relación de trabajo entre anglicanos y católicos, no sólo a nivel internacional, sino también en muchos contextos regionales y locales. Tal como el Papa Benedicto XVI y el Arzobispo Roman Williams destacaron en su Declaración Común de noviembre de 2006: “con el desarrollo de nuestro diálogo, muchos católicos y anglicanos han encontrado los unos en los otros un amor a Cristo que nos invita a una cooperación y a un servicio prácticos. Esta unión al servicio de Cristo, vivida por muchas de nuestras comunidades en todo el mundo, da un ímpetu ulterior a nuestra relación.”

Por cierto, de ninguna manera es poco lo que hemos logrado y lo que nos fue dado a lo largo de estos años de diálogo en ARCIC y en IARCCUM. Agradecemos el trabajo de estas comisiones, y nosotros los católicos no queremos que se pierdan estos logros. Por cierto, queremos continuar por este camino y llevar a la meta final lo que hemos iniciado 40 años atrás.

Esto me deja a mí más entristecido cuando ahora, en fidelidad a lo que Cristo requiere – y, quiero agregar, con la franqueza que permite la amistad –, tengo que observar los problemas que han emergido y crecido dentro de la Comunión Anglicana desde la última Conferencia de Lambeth, así como observar también las repercusiones ecuménicas de estas tensiones internas. En la segunda sección de esta exposición, me gustaría tratar una serie de temas eclesiológicos que surgen de la actual situación en la Comunión Anglicana, y plantear algunas preguntas difíciles y exploratorias. Pero antes de hacer esto quiero reiterar lo que dije en noviembre de 2006, cuando el Arzobispo de Canterbury fue a Roma a visitar al Papa Benedicto XVI: “los interrogantes y problemas de nuestros amigos son también nuestros interrogantes y problemas.” Por eso, planteo estos interrogantes no como juez, sino como un socio ecuménico que se ha desalentado profundamente a causa de los recientes acontecimientos, y que desea ofrecerles a ustedes una reflexión honesta, desde una perspectiva católica, sobre de qué modo y hacia dónde podemos avanzar en el contexto actual.

II. Consideraciones eclesiológicas
Por supuesto, lo que quiero exponer en esta segunda sección no es un tratado magistral sobre eclesiología. Una vez más, afirmo que solo quiero recordarles algunas de nuestras intuiciones comunes de las últimas décadas, que pueden ser o deberían ser útiles para ayudar a encontrar un camino futuro, un camino esperanzador y común.

Las cuestiones eclesiológicas han sido un punto importante de controversia entre nuestras dos comunidades. Ya cuando era un joven estudiante examiné todos los argumentos eclesiológicos planteados por John Henry Newman y que lo llevaron a convertirse al catolicismo. Sus principales preocupaciones giraban en torno a la apostolicidad en la comunión con la Sede de Roma como guardiana de la tradición apostólica y de la unidad de la Iglesia. Pienso que estas cuestiones siguen vigentes y que todavía no hemos agotado esta discusión.

Mientras que Newman trató con la Iglesia de Inglaterra de su época, hoy nosotros afrontamos problemas adicionales al nivel de la Comunión Anglicana, compuesta por 44 iglesias-miembro, regionales y nacionales, cada una de ellas gobernándose autónomamente. La independencia sin la suficiente interdependencia se ha convertido en un tema crítico.

Dos años atrás, la Declaración de IARCCUM, Creciendo juntos en Unidad y Misión [Growing Together in Unity and Mission], expuso la situación en el interior de la Comunión Anglicana y sus implicancias ecuménicas, mediante las siguientes palabras: “Pero a partir de este encuentro (de Mississauga), las Iglesias de la Comunión Anglicana han ingresado en un período de disputas, ocasionado por la ordenación episcopal de una persona que vive en una relación homosexual llevada a cabo abierta y conscientemente, y por la autorización de Ritos públicos de Bendición para uniones homosexuales. Estas cuestiones han intensificado la reflexión sobre la naturaleza de la relación entre las iglesias de la Comunión… Además, las relaciones ecuménicas se han tornado más complicadas, cuando las propuestas en el interior de la Iglesia de Inglaterra han focalizado su atención en el tema de la ordenación de mujeres al episcopado, lo cual es una parte instituida del ministerio en algunas provincias anglicanas” (§6). Además de los desarrollos en relación a este último punto, ahora debemos tomar en cuenta la decisión de un significativo número de obispos anglicanos de no asistir a esta Conferencia de Lambeth, y las propuestas surgidas en el interior del anglicanismo que están desafiando a los instrumentos existentes de autoridad dentro de la Comunión Anglicana.

En la siguiente sección, expondré algunos de estos temas más directamente, pero aquí intento centrar la atención especialmente en la dimensión eclesiológica de estos problemas actuales, haciendo referencia a lo que hemos dicho juntos respecto a la naturaleza de la Iglesia y a iniciativas de la Comunión Anglicana para considerar estas disputas internas.

En marzo de 2006, el Arzobispo de Canterbury me invitó a hablar en un encuentro en la Casa de los Obispos de la Iglesia de Inglaterra [Church of England’s House of Bishops], para exponer la misión de los obispos en la Iglesia. Si bien el telón de fondo de esa exposición era la posible ordenación de mujeres al episcopado, el argumento central sobre la naturaleza del oficio episcopal como un oficio de unidad era relevante para todos los puntos de tensión en la Comunión Anglicana identificada líneas arriba.

Dicho en forma breve, yo sostuve que unidad, unanimidad y koinonía (comunión) son conceptos fundamentales en el Nuevo Testamento y en la Iglesia primitiva. Afirmé que “desde el comienzo, el oficio episcopal fue ‘koinónica’ o colegialmente ensamblado en la comunión de todos los obispos; nunca fue percibido como un oficio que debía ser entendido o practicado individualmente”. Luego me volví hacia la teología del oficio episcopal, formulada por un Padre de la Iglesia de suma importancia para anglicanos y católicos por igual: el obispo mártir Cipriano de Cartago, quien vivió en el siglo III.

Su frase “episcopatus unus et indivisus” [el episcopado es uno e indiviso] es bien conocida. Esta frase está en el contexto de una admonición urgente de Cipriano a sus obispos hermanos: “Quam unitatem tenere firmiter et vindicare debemus maxime episcopi, qui in ecclesia praesidimus, ut episcopatum quoque ipsum unum atque indivisum probemus.” [“Debemos sostener con firmeza esta unidad y asegurar, especialmente a aquéllos de nosotros que son obispos que presiden en la Iglesia, que también podemos acreditar que el episcopado es uno e indiviso”]. Esta urgente exhortación es seguida por una interpretación precisa de la Declaración “episcopatus unus et indivisus”. “Episcopatus unus est cuius a singulis in solidum pars tenetur” [“El episcopado es uno, cada parte de él es sostenido por cada uno de sus miembros para beneficio del todo.”] (De ecclesiae catholicae unitate I, 5).

Pero Cipriano da otro paso más: no sólo enfatiza la unidad del pueblo de Dios con su Obispo particular, sino que también agrega que nadie debería imaginar que puede estar en comunión con unos pocos, pues “la Iglesia Católica no está partida o dividida”, sino “unida y sostenida conjuntamente por la argamasa de la mutua cohesión de los obispos” (Epístola 66, 8)... Por supuesto, esta colegialidad no está limitada a la relación horizontal y sincrónica con los colegas episcopales contemporáneos. Desde que la Iglesia es una y la misma en todos los siglos, la Iglesia actual debe mantener también un consenso diacrónico con el episcopado de los siglos anteriores a nosotros, y por encima de todo con el testimonio de los apóstoles. Éste es el significado más profundo de la sucesión apostólica en el oficio episcopal.

En consecuencia, el oficio episcopal es un oficio de unidad en un sentido doble. Los obispos son el signo y el instrumento de unidad dentro de la Iglesia local particular, de la misma manera que lo son entre las Iglesias locales contemporáneas y las Iglesias de todos los tiempos, en el interior de la Iglesia universal.

Esta comprensión del oficio episcopal fue impulsada en las Declaraciones acordadas de ARCIC, más especialmente en La Iglesia como Comunión [Church as Communion] y en las Declaraciones de ARCIC sobre la autoridad en la Iglesia. La Iglesia como Comunión (§45) afirma que:

"Para hacer fomentar y crecer esta comunión, Nuestro Señor Jesucristo ha provisto un ministerio de supervisión, cuya plenitud le ha sido confiada al episcopado, que tiene la responsabilidad de conservar y expresar la unidad de las iglesias (cf. §§ 33 & 39; Informe Final, Ministerio y Ordenación [Final Report, Ministry and Ordination]). A través de la labor pastoral, la enseñanza y la celebración de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, este ministerio mantiene a los creyentes unidos en la comunión de la Iglesia local y en la comunión más amplia de todas las Iglesias (cf. § 39). Este ministerio de supervisión tiene una dimensión colegial y a la vez primacial. Tiene su fundamento en la vida de la comunidad y está abierta a la participación de la comunidad en el discernimiento de la voluntad de Dios. Se ejerce de tal modo que esa unidad y comunión se expresan, preservan y promueven a todo nivel — local, regional y universal."

La misma Declaración acordada da a conocer la forma en que las comuniones anglicana y católica-romana conciben a los obispos, en el sentido que éstos llevan a cabo su ministerio en la línea de la sucesión apostólica, lo cual “está destinado a asegurar a cada comunidad que su fe es ciertamente la fe apostólica, recibida y transmitida desde la época apostólica” (Church as Communion, 33).

El Don de la Autoridad de la ARCIC desarrolló esto también, al afirmar que:

"En la comunión con la Tradición apostólica hay dos dimensiones: la diacrónica y la sincrónica. El proceso de tradición perpetúa claramente la transmisión del Evangelio de una generación a otra (dimensión diacrónica). Si la Iglesia ha de permanecer unida en la fe, entonces debe perpetuar la comunión de las iglesias en todos los lugares y en ese único Evangelio (dimensión sincrónica). Ambas dimensiones son necesarias para la catolicidad de la Iglesia (§26)."

El texto agrega que cada Obispo, en comunión con todos los otros obispos, tiene la responsabilidad de preservar y expresar la koinonía más amplia de la Iglesia, y “participa en el cuidado de todas las Iglesias” (§39). En consecuencia, el obispo es “una voz para la Iglesia local y al mismo tiempo una voz a través de la cual la Iglesia local aprende de otras Iglesias” (§38). El Don de la Autoridad (§37) también subraya el rol jugado por el Colegio de los obispos en el mantenimiento de la unidad de la Iglesia:

"La interdependencia mutua de todas las Iglesias es esencial para la realidad de la Iglesia como Dios quiere que sea. Ninguna Iglesia local que participe en la Tradición viva puede verse a sí misma como autosuficiente… El ministerio del Obispo es crucial, porque este ministerio sirve de comunión dentro y entre las Iglesias locales. La comunión de éstas entre sí se expresa mediante la incorporación de cada Obispo a un colegio de Obispos. Los Obispos están, personal y colegialmente, al servicio de la comunión."

Si bien no hay tiempo aquí para extendernos más sobre la eclesiología de la ARCIC, basta decir que en nuestro diálogo hemos sido capaces de adelantar una sólida visión del ministerio episcopal, en el contexto de una comprensión compartida de la Iglesia como koinonía.

Es significativo que el Informe Windsor [Windsor Report] de 2004, al buscar proporcionar a la Comunión Anglicana fundamentos eclesiológicos para afrontar la crisis actual, adoptase también una eclesiología de koinonía. Encontré que esto era útil y alentador, y en respuesta a una carta del Arzobispo de Canterbury que invitaba a una reacción ecuménica respecto al Informe Windsor, advertí que “a pesar que los temas eclesiológicos sustanciales que todavía nos dividen seguirán reclamando nuestra atención, este acercamiento está fundamentalmente en línea con la eclesiología de comunión del Concilio Vaticano Segundo. Las consecuencias que el Informe esboza a partir de su base eclesiológica son constructivos también, especialmente la interpretación de la autonomía provincial en términos de interdependencia, es decir, ‘sujeto a límites generados por los mandamientos de comunión’ (Windsor n.79). Relacionado con esto, la intención del Informe está orientada hacia el fortalecimiento de la autoridad supra-provincial del Arzobispo de Canterbury (nn.109-110) y hacia la propuesta de una Alianza Anglicana que ‘haría más explícita y enérgica la lealtad y los lazos de afecto que gobiernan las relaciones entre las Iglesias de la Comunión’ (n.118).”

La única debilidad respecto a la eclesiología que yo advertí fue que “mientras el Informe pone de relieve que cada una de las Provincias anglicanas tiene una responsabilidad hacia las otras y hacia el mantenimiento de la comunión, una comunión arraigada en las Sagradas Escrituras, llamativamente se le da poca atención a lo importante que es estar en comunión con la fe de la Iglesia a través de todas las épocas.” En nuestro diálogo, ambas partes hemos afirmado al unísono que las decisiones de una Iglesia local o regional debe no sólo promover la comunión en el presente contexto, sino que también debe estar de acuerdo con la Iglesia del pasado, y en una forma particular, con la Iglesia apostólica tal como está atestiguada en las Sagradas Escrituras, en los primeros Concilios y en la tradición patrística. Esta dimensión diacrónica de la apostolicidad “tiene importantes ramificaciones ecuménicas, por cuanto compartimos una tradición común de un milenio y medio. Este patrimonio común – que el Papa Pablo VI y el Arzobispo Michael Ramsay denominaron nuestras ‘antiguas tradiciones comunes’ – merece ser estimulado y preservado.”

A la luz de este análisis del ministerio episcopal tal como fue promovido en ARCIC y de la eclesiología de koinonía encontrada en el Informe Windsor, ha sido particularmente desalentador haber comprobado las tensiones crecientes en el interior de la Comunión Anglicana. En varios contextos, los obispos no están en comunión con otros obispos. En algunos casos, las Provincias anglicanas ya no están en comunión plena con cada una de las otras. Mientras el proceso Windsor continua, y la eclesiología expuesta en el Informe Windsor fue bien recibido en principio por la mayoría de las Provincias anglicanas, desde nuestra perspectiva es difícil ver cómo eso se ha se traducido en el fortalecimiento interno deseado de la Comunión Anglicana y de sus instrumentos de unidad. También nos parece que el compromiso anglicano de ser ‘guiado episcopalmente y gobernado sinodalmente” no siempre ha funcionado de esa forma como para mantener la apostolicidad de la fe, y que el gobierno sinodal, malinterpretado como una especie de proceso parlamentario, ha bloqueado a veces la clase de liderazgo episcopal proyectado por Cipriano y articulado en la ARCIC.

Sé que muchos de ustedes están preocupados, algunos lo están muy profundamente, a causa de la amenaza de fragmentación dentro de la Comunión Anglicana. Nos sentimos profundamente solidarios con ustedes, pues estamos demasiado preocupados y entristecidos cuando preguntamos: en tal escenario, 'qué forma debería asumir la Comunión Anglicana de mañana, y quién será nuestro compañero en el diálogo? 'Deberíamos comprometernos, y de qué forma apropiada y honesta, en conversaciones también con los que comparten las perspectivas católicas en los puntos actualmente en disputa, y con quienes están en desacuerdo con algunos desarrollos en el interior de la Comunión Anglicana o en algunas Provincias anglicanas? En esta situación, 'qué esperan ustedes de la Iglesia de Roma, que en palabras de Ignacio de Antioquia ha de presidir la Iglesia en el amor? 'En qué forma la labor de ARCIC sobre el episcopado, sobre la unidad de la Iglesia y sobre la necesidad de un ejercicio de primacía a nivel universal podría servir a la Comunión Anglicana en el momento presente?

Más que responder a estas preguntas, permítanme recordarles lo que hemos afirmado en las Conversaciones Informales [Informal Talks] en el año 2003 y que hemos reiterado en diversas ocasiones desde entonces: “Es nuestro irrenunciable deseo que la Comunión Anglicana permanezca unida, arraigada en la fe histórica que nuestro diálogo y nuestras relaciones durante más de cuatro décadas nos ha llevado a creer que compartimos en gran medida.” Es por eso que estamos siguiendo las discusiones de esta Conferencia de Lambeth con gran interés y preocupación sincera, acompañándolos con nuestras fervientes oraciones.

III. Reflexiones sobre cuestiones particulares que afronta la Comunión Anglicana
En esta sección final, me gustaría exponer brevemente dos de los temas que están en el centro de las tensiones experimentadas en el interior de la Comunión Anglicana y en sus relaciones con la Iglesia católica: son las cuestiones que se refieren a la ordenación de las mujeres y a la sexualidad humana. No es mi intención exponer en detalle estos puntos de disputa. Esto no es necesario, porque la posición católica – que se concibe a sí misma como consistente con el Nuevo Testamento y la tradición apostólica – es bien conocida. Solamente quiero ofrecer unos pocos pensamientos desde una perspectiva católica y con un ojo mirando a nuestras relaciones pasadas, presentes y futuras.

La enseñanza de la Iglesia católica respecto a la sexualidad humana, especialmente la homosexualidad, es clara, tal como está expuesta en el Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2357-59. Estamos convencidos que esta enseñanza está bien fundamentada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, pues está en juego esa fidelidad a las Sagradas Escrituras y a la tradición apostólica. Solamente puedo destacar lo que dijo el documento de IARCCUM Growing Together in Unity and Mission: “En las discusiones sobre sexualidad humana dentro de la Comunión Anglicana, y entre ésta y la Iglesia Católica, se plantean cuestiones antropológicas y de hermenéutica bíblica que deben ser tratadas” (§86e). No sin razón es el principal tema de hoy en la Conferencia de Lambeth el de la hermenéutica bíblica.

Me gustaría atraer brevemente su atención a la Declaración de ARCIC La vida en Cristo, en la que se advertía (nn. 87-88) que los anglicanos podrían estar de acuerdo con los católicos en que la actividad homosexual es un desorden, pero que nosotros diferiríamos en la exhortación moral y pastoral que podríamos ofrecer a quienes buscan nuestro consejo. Nos damos cuenta y apreciamos que las recientes declaraciones de los Primados son coincidentes con esa enseñanza, a la que se le dio clara expresión en la Resolución 1.10 de la Conferencia de Lambeth de 1998. A la luz de las tensiones surgidas en este punto durante los años pasados, una declaración clara de la Comunión Anglicana fortalecería en gran medida la posibilidad que diéramos un testimonio común respecto a la sexualidad humana y al matrimonio, un testimonio que es urgentemente necesario en el mundo de hoy.

Respecto a la ordenación de mujeres al sacerdocio y al episcopado, la enseñanza de la Iglesia Católica ha sido proclamada en forma bien clara desde el comienzo de nuestro diálogo, no sólo internamente sino también en el intercambio entre los Papas Pablo VI y Juan Pablo con los sucesivos Arzobispos de Canterbury. En su Carta Apostólica “Ordinatio sacerdotalis” del 22 de mayo de 1994, el Papa Juan Pablo II se refirió a la carta del Papa Pablo VI al Arzobispo Coggan, del 30 de noviembre de 1975, y afirmó la posición católica de la siguiente manera: “La ordenación sacerdotal… desde el principio ha sido reservada siempre en la Iglesia Católica exclusivamente a los hombres”, y “esta tradición se ha mantenido también fielmente en las Iglesias Orientales.” Concluyó afirmando que “declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia.” Esta formulación muestra claramente que ésta no es solo una postura disciplinaria, sino una expresión de nuestra fidelidad a Jesucristo. La Iglesia Católica se encuentra en sí misma obligada por la voluntad de Jesucristo y no se siente libre como para establecer una nueva tradición ajena a la tradición de la Iglesia de todas las épocas.

Tal como lo afirmé cuando me dirigí en el 2006 a la Casa de los Obispos de la Iglesia de Inglaterra, esta decisión de ordenar mujeres implica para nosotros un alejamiento de la posición común de todas las Iglesias del primer milenio, es decir, de no sólo la Iglesia Católica sino también de la Iglesia Ortodoxa Oriental y las Iglesias Ortodoxas. Veríamos a la Comunión Anglicana como mudándose a considerable distancia, más cercana a las Iglesias Protestantes del siglo XVI y a una posición que ellas adoptaron sólo durante la segunda mitad del siglo XX.

Puesto que la situación actual es que 28 Provincias anglicanas ordenan mujeres al sacerdocio, mientras que sólo 4 Provincias han ordenado mujeres al episcopado, y otras 13 Provincias han aprobado una legislación que autoriza mujeres obispos, la Iglesia Católica debe tomar en cuenta ahora como un hecho real que la ordenación de las mujeres al sacerdocio y al episcopado no es solo un tema de algunas Provincias aisladas, sino que está acrecentando la posición de la Comunión. Ésta seguirá teniendo obispos, tal como lo estableció en la Cuadrilateral de Lambeth (1888), pero tal como sucede con los obispos en algunas Iglesias Protestantes, las Iglesias más antiguas del Este y del Oeste reconocerán en ellos mucho menos de lo que ellas entienden es el carácter y ministerio del obispo en el sentido concebido por la Iglesia primitiva y que ha continuado a través de todas las épocas.

Ya he tratado el problema eclesiológico, cuando los obispos no reconocen la ordenación episcopal de otro dentro de la única y misma Iglesia. Ahora debo ser claro sobre la nueva situación que se ha planteado en nuestras relaciones ecuménicas. Mientras nuestro diálogo ha llevado a un acuerdo significativo sobre la comprensión del ministerio, la ordenación de las mujeres al episcopado bloquea efectiva y definitivamente un posible reconocimiento de las Órdenes anglicanas por parte de la Iglesia Católica.

Nuestra esperanza es que continúe un diálogo teológico entre la Comunión Anglicana y la Iglesia Católica, pero este desarrollo afecta directamente la meta y altera el nivel de lo que buscamos en el diálogo. La Declaración Común de 1966, firmada por el Papa Pablo VI y el Arzobispo Michael Ramsey, reclamaba un diálogo que “condujera a esa unidad en la verdad, por la que Cristo rezó”, y hablaba de “una restauración de comunión completa de fe y vida sacramental”. Ahora parece que esa comunión visible, pensada como la finalidad de nuestro diálogo, ha retrocedido nuevamente, y que nuestro diálogo tendrá menos metas fundamentales y, en consecuencia, se alterará en su carácter. Si bien un diálogo de este tipo podría todavía conducir a buenos resultados, no se sostendría a través del dinamismo que surge de la posibilidad realista de unidad que Cristo nos pide, o por la participación compartida en la mesa del único Señor, por la cual suspiramos con tanto ardor.

Conclusión
Bien sabe que la tradición anglicana posee muchos tesoros todo aquél que haya visto alguna vez las grandes y maravillosas catedrales e iglesias anglicanas por todo el mundo; que haya visitado las antiguas y famosas universidades en Oxford y Cambridge; que haya asistido al rezo de las espléndidas Vísperas y haya apreciado la belleza y elocuencia de las oraciones anglicanas; que haya repasado la fina erudición de historiadores y teólogos anglicanos y que esté atento a las significativas y perdurables contribuciones de los anglicanos al movimiento ecuménico. Para decirlo con palabras de la Lumen Gentium, se encuentran fuera de la Iglesia muchos elementos de santificación y de verdad que, “como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica” (§8).

Nuestro sutil conocimiento de la grandeza y destacable profundidad de la cultura cristiana de vuestra tradición aumenta nuestra preocupación por ustedes en medio de los problemas y crisis actuales, pero también nos da confianza saber que, con la ayuda de Dios, ustedes encontrarán un camino que resuelva estas dificultades, y que seremos fortalecidos en una forma nueva y rozagante en nuestra peregrinación común hacia la unidad que Jesucristo desea para nosotros y por la que oramos. Yo reiteraría lo que escribí en mi carta al Arzobispo de Canterbury en diciembre de 2004: imbuidos de un espíritu de camaradería y amistad ecuménicas, estamos dispuestos para respaldarlos a ustedes en todas las formas que sean apropiadas y requeridas.

En esa línea, me gustaría volver a la pregunta enigmática del Arzobispo: qué clase de anglicanismo quiero. Se me ocurre que en momentos críticos de la historia de la Iglesia de Inglaterra, y posteriormente de la Comunión Anglicana, ustedes fueron capaces de encontrar la fortaleza de la Iglesia de los Padres cuando esa tradición estaba en peligro.

Los Divinos Carolinos son un ejemplo de ello, pero pienso sobre todo en el Movimiento de Oxford. Quizás en nuestra propia época sería posible también pensar un nuevo Movimiento de Oxford, una recuperación de las riquezas que subyacen en el interior de nuestro propio hogar. Esto sería una re-recepción, un recurrir sanamente a la Tradición Apostólica en una situación nueva. No debería significar un renunciamiento de vuestra profunda disponibilidad a los desafíos y luchas humanas, de vuestro deseo de dignidad humana y justicia, de vuestra preocupación respecto al rol activo de todas las mujeres y hombres en la Iglesia. Más bien, llevaría más directamente estas preocupaciones y los interrogantes que surgen de ellas al interior del ámbito configurado por el Evangelio y por la antigua tradición común en la que se funda nuestro diálogo.

Esperamos y rezamos para que ustedes busquen caminar como discípulos fieles de Jesucristo. Que el Padre de todas las misericordias quiera derramar sobre ustedes las abundantes riquezas de Su gracia, y que los guíe con la presencia permanente del Espíritu Santo.
  1. http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/206069?sp=y

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