Desde Chiesa, texto e imagen, al final de la entrada un link hacia el sitio de amazon en que se puede comprar el libro:Hace ruido un libro del arzobispo estadounidense Chaput, en vísperas de la elección presidencial, contra quienes quieren aguar la fe o ralearla de la esfera pública. "L'Osservatore Romano" lo resume por primera vez y recomienda su lectura: "en Estados Unidos y en otras partes"
por Sandro Magister
ROMA, 13 de agosto de 2008 – Hace un día ha salido a la venta en Estados Unidos un libro que provocará muchas discusiones, especialmente en vísperas de la elección presidencial. El autor es Charles J. Chaput, arzobispo de Denver.
Chaput, de 64 años de edad, nacido en una familia campesina de Kansas, pertenece a una tribu piel roja, la Prairie Band Potawatomi. Es franciscano de la orden de los frailes capuchinos. Antes que en Denver fue obispo en Rapid City, en Dakota del Sur. Está entre los candidatos a dos arquidiócesis de primera magnitud, en las que se está a la espera de nuevos titulares: Nueva York y Detroit.
Ya el título del libro permite intuir su contenido: "Render Unto Caesar. Serving the Nation by Living Our Catholic Beliefs in Political Life". Es justo dar al César lo que él espera. Pero se sirve a la nación viviendo la propia fe católica en la vida política.
Chaput se pone decididamente en movimiento contra la corriente cultural que prevalece en los medios de comunicación, en las universidades, entre los activistas políticos, una corriente que querría expulsar la fe de la escena pública.
Pero también lanza un desafío a la comunidad católica estadounidense. En Estados Unidos, los católicos son 69 millones de fieles, una cuarta parte de la población. En el Congreso hay más de 150 legisladores que se declaran católicos. En el Senado, los católicos son uno cada cuatro. En la Corte Suprema son mayoría. 'Pero qué diferencia hacen?, se pregunta el autor del libro.
Entre los obispos americanos, Chaput es uno de los más decididos en tomar posiciones absolutamente claras respecto al aborto, a la pena de muerte y a la inmigración. En la controversia sobre la comunión a los políticos católicos "pro choice", sostiene que si éstos ignoran la enseñanza de la Iglesia sobre el aborto no están más en comunión con la fe, con lo cual se separan de la comunidad de los fieles. En consecuencia, si reciben la comunión eucarística se actúa hipócritamente.
En Estados Unidos, esta controversia es siempre muy candente. La última llamarada se encendió en abril pasado, cuando durante las Misas del Papa en visita a Washington y Nueva York recibieron la comunión los católicos “pro-choice” Nancy Pelosi, John Kerry, Ted Kennedy y Rudolph Giuliani.
Pero el libro de Chaput profundiza mucho más. Pide a los católicos vivir plenamente su fe, sin componendas. Sostiene que si los católicos estadounidenses atraviesan una crisis de fe, de misión y de liderazgo, la tarea de superarla recae sobre todos, tanto sobre los fieles como también sobre los obispos.
Esta tarea tiene que reverdecer el mundo entero. Si Estados Unidos exporta violencia, avidez y desprecio por la vida humana, los católicos estadounidenses no pueden tolerar esto. Deben obrar activamente, a fin de que sus naciones vuelvan a ser un faro de civilización, de armonía religiosa, de libertad y de respeto por la persona.
El libro de Chaput ha suscitado fuertes intereses también en Roma. El mismo día que salió a la venta en las librerías, el 12 de agosto, "L'Osservatore Romano" le ha dedicado una amplia recensión, escrita por Robert Imbelli, sacerdote de la arquidiócesis de Nueva York y profesor de teología en el Boston College.
A continuación se reproduce un breve pasaje del libro. Inmediatamente después se reproduce la recensión aparecida en "L'Osservatore Romano".
El relato sobre dos obispos
Tomado de "Render Unto Caesar", comienzo del capítulo 4, páginas 55-58.
por Charles J. Chaput
El arzobispo Joseph Rummel sirvió al pueblo católico de New Orleans, desde 1935 hasta su muerte en 1964. En torno a los años 1950 enfrentó un problema crecientemente desagradable. La Arquidiócesis de New Orleans tenía la población católica más numerosa en el Sur Profundo y muchos miles de católicos de raza negra. También tenía escuelas que practicaban la segregación racial. Rummel y anteriores obispos habían asegurado siempre que los estudiantes de raza negra tenían acceso a la educación católica. Sin embargo, las escuelas parroquiales segregacionistas tenían la misma escasez de dinero y la pobre calidad que tenían también las escuelas públicas segregacionistas.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Rummel comenzó a dejar de lado la segregación en la Iglesia local. En 1948, su seminario dio la bienvenida a dos estudiantes de raza negra. En 1951, Rummel retiró de las parroquias católicas los carteles con la leyenda “blanco” y “de color”. En 1953, un año antes que la Corte Suprema de Estados Unidos derogara la segregación en las escuelas públicas, emitió la primera de dos cartas pastorales enérgicas: "Blessed Are the Peacemakers [Bienaventurados los constructores de la paz]." Los párrocos la leyeron a sus feligreses un día domingo en cada Misa. En ella, Rummel condenaba la segregación. Esto provocó una respuesta rápida. Algunos feligreses se resintieron amargamente al escuchar desde el púlpito que “no hay más discriminación o segregación racial en los bancos de iglesia, en la balaustrada de la Comunión, en lo confesional y en los encuentros parroquiales, así como no habrá segregación racial en el reino de los cielos.”
En 1956, Rummel dijo que su intención era eliminar la segregación racial en las escuelas católicas. La cólera aumentó. La mayoría de las juntas de las escuelas parroquiales votó contra la eliminación de la segregación racial, pero Rummel no se inmutó. Un año antes, él había cerrado una parroquia cuando sus feligreses objetaron a un nuevo párroco de raza negra que él les había asignado. Pero para complicar los problemas del obispo, muchos padres mudaron a sus hijos desde las escuelas públicas a las escuelas católicas, con la esperanza de evitar la eliminación de la segregación. Los miembros de la legislatura de Louisiana amenazaron con retener los fondos públicos entonces disponibles para las escuelas católicas si Rummel seguía adelante con sus planes.
A comienzos del año 1962, Rummel dijo que al año siguiente las escuelas católicas estarían integradas. Varios políticos católicos organizaron protestas públicas y campañas de envío de cartas, y amenazaron con boicotear a las escuelas católicas. El 16 de abril de 1962, Rummel excomulgó a tres católicos prominentes – a un juez, a un escritor político y a un líder comunitario – por haber desafiado públicamente la enseñanza de su Iglesia.
Los acontecimientos de New Orleans se convirtieron en noticia nacional, cubierta por la revista "Time" y por el diario "New York Times." La junta editorial de "Times" afirmó que “los hombres de todas las creencias deben admirar la valentía resuelta [de Rummel]”, porque él ha “dado un ejemplo basado en principios religiosos y en sintonía con la conciencia social de nuestra época.”
En 2004, otro arzobispo, Raymond Burke de St. Louis, ocupó los titulares nacionales. En sus semanas finales como obispo de La Crosse, en Wisconsin, pidió a tres figuras públicas católicas que se abstuvieran de presentarse a recibir la Eucaristía. Luego pidió a sus sacerdotes que se negaran a conceder la Comunión a los funcionarios públicos católicos que respaldan el pretendido derecho al aborto. Los tres políticos ofendidos afirmaron que ellos eran simplemente “pro-choice”. Pero según la perspectiva de Burke, sus acciones mostraban un respaldo material a favor del aborto y un desprecio tenaz de su propia fe. Los tres habían votado a favor o habían respaldado la decisión de obligar a los hospitales católicos a brindar servicios de aborto. En efecto, ellos habían tratado públicamente de forzar a la Iglesia para que violara su enseñanza en el serio tema de la santidad de la vida.
La acción de Burke, si bien más dúctil que la de Rummel, le granjeó bastantes enemigos, inclusive entre personas que se consideraban católicos. A diferencia de Rummel, Burke no recibió ningún elogio encendido por parte de "New York Times". También recibió un tratamiento muy diferente por parte de los medios de comunicación. Pero de nuevo y al igual que Rummel, él no había verificado con "Times" para obtener su aprobación. No le importaba lo que pensara "Times", sí lo que cree la Iglesia.
La enseñanza moral de nuestro relato es éste. Primero, cuando los católicos toman en serio a su Iglesia y actúan en el mundo basados en su enseñanza, eso no le gustará a algunos, con frecuencia a algunos que son poderosos. Segundo, en recientes políticas americanas, la línea que divide el “testimonio profético” de la “violación de la separación de Iglesia y Estado” depende por lo general de quién traza la línea, de quien se siente ofendido y de cuál es el tema en cuestión. La línea se extravía según sean las conveniencias. Pero los católicos, al buscar vivir su fe, no pueden seguir lo que les conviene.
Dar al César lo que es suyo Tomado de "L'Osservatore Romano" del 12 de agosto 2008
por Robert Imbelli
Este nuevo libro del Arzobispo de Denver, Colorado, aunque dirigido primeramente a sus feligreses católicos, servirá también para promover un diálogo por demás necesario tanto dentro como fuera de la Iglesia. Más aún, aparece en un momento particularmente significativo: en las vísperas de una de las más importantes elecciones presidenciales en la reciente historia de Estados Unidos.
Se puede leer el libro en diversos niveles, cada uno de las cuales ilumina a los otros. El primer nivel está indicado por el subtítulo del libro: “servir a la nación viviendo nuestras creencias católicas en el ámbito de la vida política.”
Una idea central en la posición del autor es que la fe, aunque marcada y esencialmente personal, nunca es privada. Es inseparable la relación con Dios a través de Jesucristo y la relación con otras personas en Jesucristo, tal como lo expone con claridad meridiana la escena del gran juicio en el capítulo 25 del Evangelio según san Mateo.
Pero inclusive prescindiendo de esto, la fe bíblica tiene siempre implicancias sociales y también políticas. Todo aquél que toma en serio la tradición profética del Antiguo Testamento reconoce esto fácilmente. Y el cumplimiento de la revelación en Jesucristo sólo intensifica la vocación del creyente para promover la venida del Reino en cada una de las dimensiones de la vida humana.
La doctrina social de la Iglesia Católica - desde la “Rerum Novarum” de León XIII, pasando por la “Gaudium et spes” del Concilio Vaticano II hasta llegar al reciente mensaje a las Naciones Unidas de Benedicto XVI - es la aplicación permanente de esta tradición profética a los contextos cambiantes de la historia mundial. Las propias convicciones del Arzobispo Chaput se encuentran expresadas con estas palabras: “La Iglesia no reclama ningún derecho para dominar el dominio de lo secular. Pero ella tiene todo el derecho – de hecho la obligación – de comprometer a la autoridad secular y de desafiar a los que la detentan, para que satisfagan las exigencias de la justicia. En este sentido, la Iglesia Católica no puede permanecer, nunca ha permanecido y nunca permanecerá ’fuera de la política’. La política implica el ejercicio del poder. El uso del poder tiene un contenido moral y consecuencias humanas. Y el bienestar y destino de la persona humana es de lejos la preocupación, y la competencia especial, de la comunidad cristiana” (pp. 217-218).
Por otro lado, hay voces influyentes, tanto en Estados Unidos como en Europa, que tratan de reducir la religión y la fe a una preferencia privada que no tiene que jugar un rol público. Por eso ellos buscan construir lo que un crítico llama una “plaza pública desnuda”, con lo cual domestican la religión y secularizan totalmente el ámbito de lo público.
Para el Arzobispo Chaput, tal estrategia no solo desnaturaliza a la religión, y especialmente al catolicismo, sino que además se presenta en profunda contradicción con la originalidad histórica del “experimento americano de la democracia.” El llamado “muro de separación” entre la Iglesia y el Estado en Estados Unidos (una frase invocada frecuentemente en forma errónea) nunca fue pensado para excluir el compromiso integral de los creyentes en la vida civil y política de la nación. Y la prohibición de la Constitución de Estados Unidos que le impide al Estado actuar contra toda “institución” religiosa fue una excelente protección contra la intrusión injustificable del Estado en asuntos religiosos.
El autor expone específicamente el pensamiento del difunto teólogo John Courtney Murray, S.J., quien desempeñó un rol importante en el Concilio Vaticano Segundo, en la elaboración de la pionera Declaración conciliar sobre Libertad Religiosa, "Dignitatis humanae." Murray argumentaba (y Chaput está de acuerdo) que los documentos fundacionales de la democracia estadounidense expusieron una visión de la ley natural que afirma verdades universales sobre la condición humana. En consecuencia, al estar comprometidos con la tradición de la ley natural, los católicos tienen para aportar una contribución crucial a la vida pública y al proceso político estadounidenses. Por cierto, 'cómo se puede contribuir en lo posible al bien común, si no se plantea en la discusión y en el debate los valores y las convicciones morales personales bien fundamentados?
Más aún, las figuras más autorizadas de la tradición católica, como santo Tomás de Aquino, reconocen la autonomía legítima de lo secular. “César” reclama legítimamente la lealtad y dedicación de los ciudadanos, pero esa lealtad nunca puede usurpar la obediencia y el culto que se debe tributar únicamente a Dios.
El Arzobispo Chaput dedica un conmovedor capítulo al santo inglés Thomas More, a quien el papa Juan Pablo II llamó “el patrono de los Gobernantes y de los Políticos.” La grandeza de More radica en su valiente lucha para permanecer fiel a su obligación hacia su soberano terrenal, mientras no se comprometiera su consagración definitiva a los dictados de su propia conciencia como reflejo de su obediencia a su Rey celestial. Como bien se sabe, ser coherente hasta el fin le costó a More su vida, pero su testimonio permanece como una fuerza poderosa y como inspiración para todos los que buscan iluminar el orden social con la luz del Evangelio.
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El segundo nivel en el que se puede leer el libro es un llamado a los católicos estadounidenses para que recobren una comprensión vigorosa y universal de su propia tradición de fe.
Con demasiada frecuencia, en los cuarenta años transcurridos desde el Concilio, los católicos se encuentran divididos, por cuanto apelan selectivamente a uno u otro aspecto de la Tradición. Esta tendencia a elegir selectivamente ha sido denominada “catolicismo de cafetería,” y sólo ha sido exacerbada por el individualismo creciente de una sociedad americana orientada hacia el consumo. Por eso, en lugar de ser “levadura” en la sociedad, la fe corre el riesgo de adaptarse en forma acrítica a la cultura contemporánea, lo cual debilita el testimonio evangélico de la Iglesia. El autor plantea un desafío fuerte a su grey católica: “como católicos, necesitamos tener una mirada mucho más firme y más autocrítica sobre nosotros mismos como creyentes, en los temas que subyacen hoy y que erosionan la identidad católica, y en la asimilación mayoritaria – mejor se podría decir absorción – que sufren los católicos por parte de la cultura estadounidense” (p. 184).
En efecto, el Arzobispo Chaput plantea a sus compatriotas el mismo desafío que san Pablo planteó a sus seguidores, quienes eran ciudadanos del Imperio Romano. “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12, 2).
La clave aquí es la virtud del discernimiento – una tarea siempre exigente. Pero sería ingenuo no admitir que el discernimiento auténtico plantea problemas particulares en nuestros días, cuando la influencia de los medios de comunicación es tan avasallante. Con todos los beneficios que proveen las comunicaciones instantáneas, a causa de su adicción a lo efímero también pueden desvirtuar el peso necesariamente reflexivo de evidencia que sólo proporciona el discernimiento. Además, gran parte de los medios de comunicación populares (música, películas, videojuegos) promueve entretenimientos de naturaleza escapista o violenta que insensibilizan y oscurecen la conciencia. No sorprende que el Arzobispo Chaput apele varias veces al análisis del difunto crítico de la cultura, Neil Postman, cuyo estudio lleva el ominoso titulo de "Amusing Ourselves to Death [Divirtiéndonos hasta la muerte]."
La evaluación realista de Chaput respecto al desafío que afrontamos desemboca en una apreciación renovada de lo que cuesta ser discípulo. Él invoca figuras como el pastor luterano alemán Dietrich Bonhoeffer, el líder norteamericano de los derechos civiles Martin Luther King y el extinto obispo católico vietnamita, el cardenal F. X. Nguyen Van Thuan, que le sirven como testigos ejemplares de lo que puede inmortalizar un valiente seguidor de Cristo. Frente a su testimonio fiel, nuestra predisposición a compromisos fáciles puede parecer una traición.
Por último, para el cristiano el criterio definitivo del discernimiento que da vida sólo puede ser el mismo Señor Jesús. Él es todo el tesoro de la Iglesia, el Evangelio de vida que estamos llamados a compartir. El autor escribe: “la fe católica es mucho más que un conjunto de principios con los que acordamos, es más bien una forma de vida completamente nueva. Las personas deben ver esta nueva vida que se vive. Ellas deben ver la alegría que esto trae, deben ver la unión de los creyentes con Jesucristo” (p. 190).
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Finalmente, el tercer nivel en el que se puede leer el libro es como una lectura del Concilio Vaticano Segundo. Aún cuando no emplea el término o ni siquiera trata el tema ex professo, el Arzobispo lee claramente el Concilio Vaticano II a través de la óptica de una “hermenéutica de la reforma” dentro de la Tradición milenaria de la Iglesia.
Frente a las frecuentes apelaciones al “espíritu” del Concilio, él afirma con toda franqueza: “la enseñanza del Vaticano II existe primero y antes que nada en los mismos documentos conciliares. Ninguna interpretación del Concilio tiene valor, a menos que provenga orgánicamente de lo que el Concilio afirmó realmente y luego se mantenga fiel a ello” (p. 112).
Más aún, lo que el Concilio afirmó realmente debe ser interpretado en el contexto de todo su “corpus” doctrinal. Por eso, por más importante que puedan ser la Declaración sobre la Relación de la Iglesia con las Religiones no-cristianas ("Nostra aetate") o la Declaración sobre Libertad Religiosa ("Dignitatis humanae"), ellas deben ser leídas siempre en el marco del contexto general provisto por la cuatro “Constituciones”, que son las columnas fundamentales del Concilio Vaticano II. Deben ser leídas específicamente a la luz de la visión cristocéntrica del Concilio, la que recibe su orientación de la declaración de Lumen gentium, que proclama que “Cristo es la luz de las naciones” (LG 1), y de la feliz afirmación de Gaudium et spes, que proclama que “Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (GS 22).
Es verdad, por supuesto, que el foco de los trabajos del Concilio fue eclesiológico y que no dedicó un documento específico a la cristología. Sin embargo, la visión del Concilio fue tamizada con la cristología, en definitiva una cristología “elevada”. En otro lugar he escrito sobre la “profunda gramática” cristológica del Vaticano Segundo: cómo toda la enseñanza del Vaticano Segundo debe ser leída a la luz de su proclamación de la unicidad de Jesucristo.
Encuentro la misma convicción expresada en el libro del Arzobispo Chaput. Por ejemplo, él afirma que “necesitamos arraigar la dimensión social de nuestra fe católica, y todas las otras cosas que hacemos, por amor a Dios, lo cual es el combustible que nos moviliza para llevar a cabo nuestra misión evangelizadora. No podemos ofrecer una acción social católica a los hombres y mujeres de todo el mundo, sin ofrecerles al mismo tiempo a Jesucristo” (p. 193). La misión católica y la identidad católica son inseparables. Ambas encuentran expresión sacramental en la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida católica: "Ecclesia de Eucharistia [La Iglesia vive de la Eucaristía]." El Arzobispo declara: “la Iglesia Católica es un entramado de relaciones basado en la relación más importante de todas: el don de sí mismo que hace Jesucristo en la Eucaristía para nuestra salvación. Ninguno de nosotros merece el don del amor de Cristo. Ninguno de nosotros ‘es digno de’ la Eucaristía” (p. 223).
En un capítulo final el autor aborda algunos temas pastorales apremiantes, referidos al acceso a la Eucaristía por parte de figuras públicas que defienden posturas que la Iglesia afirma que son intrínsecamente malas, como el aborto. La forma en que el Arzobispo trata estos temas es a un mismo tiempo pastoralmente sensible y teológicamente convincente. Esto ayudará a proporcionar claridad al diálogo y discernimiento permanentes en esta materia tan delicada, una materia que exige ser tratada para bien de la integridad de la fe.
Para concluir, podemos afirmar que el Arzobispo Chaput ha escrito un libro documentado, equilibrado, refinado e incisivo. Este libro debe ser leído, discutido y tomado en serio en Estados Unidos y fuera de este país. En varios sentidos su mensaje es simple, si bien por cierto no es simplista. Él plantea con franqueza el interrogante: “'qué deben hacer los católicos hoy por su país?”. Su respuesta es igualmente franca: “no mentir. Si decimos que somos católicos, debemos probarlo. La vida pública de Estados Unidos necesita personas dispuestas a defender, sin engaños, la verdad de la fe católica y los valores humanos comunes que la fe respalda” (p. 197).
Aquí encuentro una clara resonancia con lo que el apóstol san Pablo dice a los cristianos de Éfeso, como requisito de su unión en Cristo: “Por lo tanto, desechando la mentira, hablad con la verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros” (Ef 4, 25).
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