lunes, 6 de julio de 2009

Por obra del Espíritu Santo VII, Rev. P. José María Iraburu

Persona-amor, Persona-don

El papa Juan Pablo II resume, pues, una larga tradición de la Iglesia cuando dice del Espíritu Santo:

«Dios, en su vida íntima, "es amor" (1Jn 4,8.16), amor esencial, común a las tres personas divinas. El Espíritu Santo es amor personal, como Espíritu del Padre y del Hijo. Por eso "sondea hasta las profundidades de Dios" (1Cor 2,10), como Amor-don increado. Puede decirse, pues, que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las personas divinas, y que, por el Espíritu Santo, Dios "existe" como don. El Espíritu Santo es, pues, la expresión personal de esta donación, de este ser-amor (STh I,37-38). Es Persona-amor. Es Persona-don» (enc. Dominum et vivificantem10).

Otros nombres

Son otros muchos los nombres que la Escritura, la Tradición y la Liturgia de la Iglesia dan al Espíritu Santo.

Jesús llama al Espíritu Santo el Paráclito (Jn 14,16.26; 15,26; 16,7), nombre que puede traducirse como: el Consolador que no nos deja huérfanos (14,18), el Abogado, que intercede siempre por nosotros (14,16; 16,7; Rm 8,26).

El Espíritu Santo habita plenamente en Jesús (Lc 4,1), está sobre él (4,18). Y ahora, por la inhabitación, «su Espíritu habita en nosotros» (+Rm 8,11). Por eso es el Espíritu de Cristo.

El Espíritu Santo es también el Espíritu Creador, que ordena en el comienzo el caos informe (Gén 1,2). Y si la creación nace del Amor divino, dice Santo Tomás, «el Espíritu Santo es el principio de la creación» (Contra Gent. IV,20). «Envía tu aliento [tu Espíritu] y los creas» (Sal 103,30). Por eso la Iglesia canta en su liturgia: Veni, Creator Spiritus.

Él es el Espíritu de verdad (Jn 14,17), el Maestro que nos «enseña todo», que nos «hace recordar todo» lo que enseñó Cristo (14,26), el Espíritu veraz que nos «guía hacia la verdad completa» (16,13).

Él es la Virtud del Altísimo, que viene a María para obrar el misterio de la Encarnación (Lc 1,35); y es igualmente el «poder de lo alto», que viene sobre María y los Apóstoles (24,49).

Es también, por la inhabitación, el dulce Huésped del alma, como dice el Veni, Creator.

Es, en fin, el sello de Dios que nos confirma en Cristo (Ef 1,13; 2Cor 1,21-22).
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