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Una lección desde Viena. Sobre cómo cantar la Misa
La polifonía de Haydn y las antífonas gregorianas del misal antiguo acompañaron la misa del Papa en la capital de Austria, toda celebrada con "la mirada hacia Dios". Un modelo para las liturgias católicas de rito latino en todo el mundo
por Sandro Magister
ROMA, 12 de setiembre del 2007 – Entre las muchas cosas que Benedicto XVI dijo e hizo en sus dos viajes de inicios de setiembre, a Loreto y a Austria, hay dos que marcan en distinguen en modo inconfundible su pontificado.
Ambas tienen que ver con la visibilidad de la Iglesia, con su capacidad de comunicar: no a sí misma sino “las cosas de arriba”.
En Loreto, en la vigilia del sábado 1 de setiembre, el Papa mostró como quiere hacerse ver y escuchar por el mundo, en particular por el mundo de los jóvenes.
En Austria, con la misa en la catedral de Viena del domingo 9 de setiembre, Benedicto XVI ha hecho entender como quiere que la Iglesia aparezca ante los hombres, en el momento en el que se muestra más altamente reconocible: la celebración eucarística.
En Loreto, la vigilia con los tres cientos mil jóvenes llegados de Italia y del mundo se desarrollo en dos tiempos: el primero, en la tarde, la reflexión y la oración; el segundo, en la noche, típicamente musical, con celebres estrellas de la canción.
Esta velada musical, trasmitida en directo por el primer canal de la televisión estatal italiana, fue ideada por Bibi Ballandi, manager de artistas famosos y gran organizador de eventos televisivos, el mismo que en 1997, en una velada semejante durante el congreso eucarístico internacional de Bolonia había llevado a Bob Dylan y a Adriano Celentano a cantar frente a Juan Pablo II, presente en el palco durante todo el espectáculo.
Esta vez, en Loreto, estaban Claudio Baglioni, Lucio Dalla y el grupo rock "Vibrazioni". Pero no estaba el Papa. Mientras los cantantes hacían su espectáculo, él se había retirado a rezar en el santuario frente a la reliquia de la Santa Casa de Nazaret.
Durante el desarrollo de la velada la televisión mostró al Papa solamente por pocos minutos. Lo mostró arrodillado frente a la estatua de la Virgen con el Niño Jesús, mientras devotamente leía una plegaria.
Era de esperárselo de Joseph Ratzinger. Sobre lo ocurrido en 1997 en el congreso eucarístico de Bolonia él había hecho notar su desacuerdo en un escrito publicado el año siguiente: “Bob Dylan y los otros tenían un mensaje completamente diferente de aquel por el cual el Papa se esforzaba en trasmitir”; y por tanto “había razón para dudar si verdaderamente era justo hacer intervenir a este tipo de profetas”, portadores de un mensaje “viejo y pobre” si apenas se le comparaba con el que el Papa comunicaba.
En cambio, Benedicto XVI, en Loreto, participó personalmente en el encuentro con los jóvenes por la tarde, organizado por los responsables de la pastoral juvenil de la conferencia episcopal italiana.
Pero también aquí, con un alejamiento suyo del libreto. Por un lado había jóvenes actores que se aprestaban a recitar con habilidad teatral, pero con tono siempre artificial, los pasajes predispuestos por la dirección, muchos de los cuales extraídos de la Biblia. En el otro lado estaba el Papa que ponía aparte los textos preparados para él por las oficinas de la curia y respondía a las preguntas de los jóvenes con palabras espontáneas, improvisadas, inconfundiblemente suyas, pero por lo mismo, capaces de penetrar en los corazones. Mientras él hablaba y decía cosas profundas, comprometedoras, tocantes, el silencio y la atención de los tres cientos mil jóvenes que escuchaban era impresionante.
De todos modos, Benedicto XVI no parecía aislado. Estaban en plena sintonía con él los jóvenes y las jóvenes que relataban las historias de sus vidas, algunas dramáticas, y él hacía pregunta. Estaba con él el misionero Giancarlo Bossi, desde hace poco liberado de un secuestro obra de los islámicos en Filipinas. El Padre Bossi dijo cosas simples y breves, pero capaces de hacer entender a todos qué cosa quiere decir ser un genuino misionero del Evangelio de Jesús, y no un asistente social o un activista no global.
Otra música también en Viena, literalmente. Con la misa celebrada en la catedral de San Esteban del domingo 9 de setiembre Benedicto XVI ha vuelto a dar vida a una tradición musical y litúrgica que había permanecido ininterrumpida desde hace décadas.
En efecto, hasta donde se alcanza a recordar, la última celebración papal acompañada de la ejecución completa – Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Agnus Dei – de una gran misa polifónica se remonta al 1985, con la "Krönungsmesse" de Mozart dirigida por Herbert von Karajan, en San Pedro. Y la penúltima, al lejano 1963. También aquella vez la misa fue celebrada en San Pedro, y el autor escogido fue Giovanni Pierluigi de Palestrina, maestro de la polifonía romana del siglo XVI.
Esta vez la misa fue celebrada en Viena y el autor con justicia fue el austriaco Franz Joseph Haydn: con la estupenda “Mariazeller Messe” del 1782, para coro, solos y orquesta.
También el canto gregoriano ha hecho una reaparición importante en la misa papal del 9 de setiembre. Durante la comunión el coro cantó varias veces la antífona “Vovete”, propia de este domingo en el misal de rito antiguo, alternada a versículos del salmo 76 también cantados en latín: “Haced promesas al Señor, vuestro Dios, pero cumplidlas. Vosotros, que rodeáis al que es digno de temor, traedle ofrendas. Pues él quita la vida a los gobernantes y causa temor a los reyes del mundo".
Un crítico musical hubiera aprobado con la máxima nota la espléndida ejecución, dirigida por Markus Landerer, maestro de capilla de la catedral de Viena. Pero se trataba de una misa, no de un concierto. Y Benedicto XVI impartió con esta finalidad una lección clara, en dos sucesivos momentos de la jornada.
En el Ángelus, pocos minutos después del término de la misa, comenzó su discurso así:
“Esta mañana ha sido para ti, una experiencia particularmente bella el poder celebrar con todos vosotros el día del Señor en un modo tan digno en la magnífica catedral de San Esteban. El rito eucarístico realizado con el debido decoro nos ayuda a tomar conciencia de la inmensa grandeza del don que Dios nos hace en la santa misa. Precisamente así nos acercamos también al asunto y experimentamos la alegría de Dios. Estoy agradecido por tanto a todos los que mediante su contribución activa en la preparación y el desarrollo de la liturgia o también mediante su participación recogida en los sagrados misterios, han creado una atmósfera en la que la presencia de Dios era verdaderamente perceptible”.
En la tarde, en le monasterio de Heiligenkreutz donde cada día 80 monjes cistercienses celebran el oficio divino en puro gregoriano y totalmente en latín, dijo:
“En la belleza de la liturgia, […] donde juntos cantamos, alabamos, exaltamos y adoramos a Dios, se hace presente sobre la tierra un pedacito de cielo. No es en verdad temerario si en una liturgia totalmente centrada en Dios, e los ritos y en los cantos, se ve una imagen de eternidad. […] En todo tipo de tarea para la liturgia el criterio determinante debe ser siempre la mirada hacia Dios. Estamos frente a Dios: Él nos habla y nosotros le hablamos a Él. Donde las reflexiones sobre la liturgia se nos pregunta solamente cómo hacerla atractiva, interesante y bella, la partida ya está perdida. O sea es opus Dei, obra de Dios, con Dios como específico sujeto, o no es. En este contexto os pido: realizad la sagrada liturgia a teniendo la mirada en Dios en la comunión de los santos, de la Iglesia viviente de todos los lugares y de todos los tiempos, con el fin de que se hagan expresión de la belleza y de la sublimidad del Dios amigo de los hombres”.
Ha dicho también a los monjes de Heiligenkreutz: “Una liturgia que se olvida de mirar a Dios está, como tal, en su ocaso”. Haydn, católico de profunda espiritualidad, no estaba lejos de esta visión de la belleza en la liturgia cristiana cuando anotaba al termino de cada composición musical suya: “Laus Deo”, alabado sea Dios.
Cuando en el Credo de la “Mariazeller Messe” el solista entona el “Et incarnatus est" y en el Sanctus se canta el “Benedictus” verdaderamente irrumpen destellos de eternidad. La gran música litúrgica comunica más de mil palabras al misterio de “aquel que viene en nombre del Señor”, del Verbo que se hace carne, del pan que se hacer cuerpo de Jesús.
La liturgia que inspiró a Haydn – como a otros grandes compositores cristianos – estas melodías, con centellas de alegría teológica, era la antigua, tridentina: todo lo contrario de aquel “sentido cerrado” al que algunos la asocian. Es la liturgia que Benedicto XVI ha querido preservar en su riqueza con el motu proprio “Summorum Pontificum”, del 7 de julio del 2007, junto al rito moderno por el observado en la misa de Viena.
Difundidas al mundo, las misas papales son un paradigma para las liturgias de la Iglesia latina en todo el mundo.
La de Viena del 9 de setiembre ha querido serlo en un modo particular. Y Benedicto XVI lo ha remarcado.
Lástima que algunas de las redes televisivas encargadas de retransmitirla hayan malogrado las particularidades de esta misa. En la transmisión directa de la televisión estatal italiana por ejemplo, las melodías gregorianas de la comunión fueron tratadas como indignas de ser escuchadas. Sustitutas de un vacío parloteo sobre las presuntas “grandes cuestiones” de la Iglesia y de Austria.
En el Vaticano, el evento litúrgico de Viena será seguido en breve por la sustitución del maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias. Tomará el lugar de Piero Marini – que irá a presidir el pontificio comité para los congresos eucarísticos internacionales – el actual ceremoniero de la arquidiócesis de Génova, Guido Marini. Cercano al predecesor en el nombre, pero al Papa Ratzinger en la sustancia.
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